Esta tarde, ante las pocas ganas de estudiar lingüística, acompañé a mi madre a comprar unos productos de limpieza en el supermercado Día que está cerca de mi casa. Ya esta mañana cuando iba para coger el autobús vi a personas salir de este establecimiento con unos carros cargados con tal cantidad de bolsas que dudo que pudieran ver lo que se les ponía por delante porque superaban en altura al comprador. Al entrar en aquel supermercado el paisaje era asolador: justo en frente de la entrada tenemos el estante de la leche, pues bien, hoy no había ni estantes, no crean exagero, es literal, quedaba sólo los separadores que hay entre un producto y otro, se habían llevado hasta las estanterías donde poner la leche. Andando por él estaba todo prácticamente vacío, casi nada de comida, casi nada de bebida, eso sí, todo de limpieza.
Más tarde fui a otro hipermercado a comprar algo de carne que hacía falta para la cena y, bueno, no es que hubiera gente, es que medio Puerto Real había ido allí. Iba por números, en concreto el 14 y al coger el nuestro, chanán… el 37. Yo no sé qué comprarían el 14 y el 15 pero estuvieron entre los dos cerca de una hora de insufrible dolor de pies (que ya puestos a esperar horas podrían poner banquitos como los del médico) y aguantando un patito amarillo con una música odiosa con la melodía de “Pajaritos por aquí, parajitos por allá” que hacía las delicias de una niña pequeña y la jaqueca del resto. El pobre carnicero terminaba a las 7 y media, pues bien, yo me fui a las 9 y media y aún seguía cortando filetes, y encima se le metió en la cabeza la canción del patito y no paraba de silbarla. La gente compraba kilos y kilos de carne de todo tipo, parecía el día de la barbacoa del Carranza por lo menos.
Después a otro supermercado y allí más y más carros llenos con cosas de necesidad y otras tan necesarias como un tarro de caramelos con la carita de Winnie de Pooh.
La gente comprando provisiones, comida para dos meses que acabarán comiéndose caducada, bebida para cuatro meses, aunque la leche terminen tomándosela condensada, carne como el frigorífico de un caníbal, pescado como el dormitorio de la sirenita y todo porque están de huelga los transportistas. Y no crean que me burlo de esa huelga, ni mucho menos, ellos defienden una causa justísima y así es la mejor manera de concienciar al pueblo. Mi idea es la de concienciar a la gente de que no estamos ante una guerra nuclear y hay que comprar provisiones de manera desmesurada. Tranquilos, al final todo se acabará solucionando de la manera habitual, con un acuerdo que deja a los obreros con el culo al aire y con una batallita más que contar en la campaña electoral, tanto para un partido como por el otro.
Pues visto lo visto, yo no voy a ser menos y, ante el miedo a que se acabe el mundo (porque todos sabemos que el mundo no va más allá de las fronteras del Carrefour), yo voy a ir a reservar mi bunker anti huelgas de transportistas por si las moscas…
Más tarde fui a otro hipermercado a comprar algo de carne que hacía falta para la cena y, bueno, no es que hubiera gente, es que medio Puerto Real había ido allí. Iba por números, en concreto el 14 y al coger el nuestro, chanán… el 37. Yo no sé qué comprarían el 14 y el 15 pero estuvieron entre los dos cerca de una hora de insufrible dolor de pies (que ya puestos a esperar horas podrían poner banquitos como los del médico) y aguantando un patito amarillo con una música odiosa con la melodía de “Pajaritos por aquí, parajitos por allá” que hacía las delicias de una niña pequeña y la jaqueca del resto. El pobre carnicero terminaba a las 7 y media, pues bien, yo me fui a las 9 y media y aún seguía cortando filetes, y encima se le metió en la cabeza la canción del patito y no paraba de silbarla. La gente compraba kilos y kilos de carne de todo tipo, parecía el día de la barbacoa del Carranza por lo menos.
Después a otro supermercado y allí más y más carros llenos con cosas de necesidad y otras tan necesarias como un tarro de caramelos con la carita de Winnie de Pooh.
La gente comprando provisiones, comida para dos meses que acabarán comiéndose caducada, bebida para cuatro meses, aunque la leche terminen tomándosela condensada, carne como el frigorífico de un caníbal, pescado como el dormitorio de la sirenita y todo porque están de huelga los transportistas. Y no crean que me burlo de esa huelga, ni mucho menos, ellos defienden una causa justísima y así es la mejor manera de concienciar al pueblo. Mi idea es la de concienciar a la gente de que no estamos ante una guerra nuclear y hay que comprar provisiones de manera desmesurada. Tranquilos, al final todo se acabará solucionando de la manera habitual, con un acuerdo que deja a los obreros con el culo al aire y con una batallita más que contar en la campaña electoral, tanto para un partido como por el otro.
Pues visto lo visto, yo no voy a ser menos y, ante el miedo a que se acabe el mundo (porque todos sabemos que el mundo no va más allá de las fronteras del Carrefour), yo voy a ir a reservar mi bunker anti huelgas de transportistas por si las moscas…
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