Este es un blog donde encontraréis cositas varias que ni yo mismo sé que voy a poner, sólo espero que disfrutéis tanto leyéndolo como yo escribiéndolo
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lunes, 31 de agosto de 2009

Habemus Papam VII


El mundo entero quedó conmocionado con la muerte del Papa. Un medio de comunicación italiano escribía así:

Esta noche, mientras dormía plácidamente en su habitación del Palacio Vaticano, Emmanuel Jáuregui, el Papa Gregorio XVII ha muerto debido a un cáncer de páncreas que sufría desde hace años. No había hecho pública su enfermedad porque consideraba que era enviada de Dios y por tanto nada podría hacer por evitar su desarrollo.
Parece ser que el difunto Santo Padre debió encontrarse mal momentos antes de morir, pues, de su puño y letra, se ha encontrado una nota en su mesilla de noche en la que escribió lo siguiente: «Sé que esta noche voy a morir. Dios me mandó una enfermedad y él ha querido acabar con mi vida. Nada ni nadie tiene derecho a parar el poder de Dios, por eso nunca quise recibir tratamiento. Como última voluntad quisiera que todos estos decretos que he lanzado en mis pocos días de pontificado, sean anulados y que nunca lleguen a entrar en vigor. En mis últimas horas de vida, he recapacitado y me he dado cuenta de que Dios no quería esos cambios, así me lo ha dicho. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén »
Hoy darán comienzo los finerales, una vez se procesa en embalsamamiento del cuerpo del Santo Padre Gregorio XVII.




5 de diciembre del año del Señor. Plaza de San Pedro del Vaticano. Se abren las cortinas y el silencio se hace en toda la plaza. Suenan las ansiadas palabras:
«Fratelli e sorelle carissimi! ¡Queridísimos hermanos y hermanas! Biens chers frères et sœurs! Liebe Brüder und Schwestern! Dear brothers and sisters! Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus papam! Emminentissimum ac reverendissimum dominum, dominum Ulstano, sanctæ romanæ Ecclesiæ cardinalem Capalozza, qui sibi nomen imposuit Gregori decimi octavi»


domingo, 30 de agosto de 2009

Habemus Papam VI


18 de noviembre del año del Señor. Puerta de la Sede Central del P.C.U. Llega un coche negro lujoso hasta la puerta. Toda la directiva está en la puerta de la sede. Sale del coche su Santidad el Papa Gregorio XVII acompañado de algunos miembros de la guardia suiza. Multitud de periodistas, que estaban en el Vaticano a merced de los decretos del Papa, esperaban en la Puerta e hicieron miles de fotos y lanzaron miles de preguntas que el Papa no se aventuró nunca a responder. Otro frente a la puerta era el de una multitud de fieles de dos tipos: Los que no seguían las ideas del nuevo pontífice y los que no, que igualmente gritaban a la salida del mismo del coche.
El Papa salió del coche, procedió a saludar a los miembros de la junta directiva del Partido y juntos procedieron al interior de la sede.

Al llegar al interior de la sala de reuniones, los dirigentes del partido político entraron antes que el sumo pontífice. Al hacer éste acto de presencia en la sala de reuniones. Una legión de militares y miembros de su santo cuerpo de seguridad lo rodearon. Miles de fusiles lo apuntaban. Por donde quiera que mirara no veía más que cañones que amenazaban su vida. El Papa, preso del terror, dicho con voz temblorosa:

– ¿Ésto qué es? ¿Qué pasa?
– ¿Qué pasa? – repitió con tono irónico Flavio Di Iuorio. Mientras sostenía en sus manos los decretos del Santo Padre. Miró uno a uno y dijo – Pues… decreto sobre los medios anticonceptivos, decreto sobre la homosexualidad, decreto sobre los sacerdotes, decreto sobre el aborto y decreto sobre el celibato. Ésto pasa.
– Hace más de veinte años que se fundó este partido y se hizo para que los ideales que defendía la Iglesia Católica tuvieran repercusión en la sociedad política, – dijo Capalozza – pero usted con sus nuevas ideas puede poner en peligro el trabajo de gente como yo, que hemos conseguido levantar desde los cimientos uno de los partidos más importantes a nivel europeo.
– Yo solamente creo que la Iglesia Católica debe salir de un parón en el que lleva metida muchos años. – Se defendió Emmanuel Jáuregui – Cada vez tenemos menos fieles, menos sacerdotes. Quizás con esta idea pudiéramos conseguir mayor número de fieles.
– No sé si sabe usted lo cerca que está de la muerte. – Amenazó Di Iuorio – No le conviene llevarnos la contraria. Lo sabía cuando aceptó el puesto.
– No creí que fuerais tan poderosos – Dijo asustado y en voz baja el Papa.
– Nuestro poder va más allá del poder de Dios. – Sentenció con carácter firme y soberbio el presidente honorario, don Ulstano Capalozza – Dios no existe, es sólo una excusa para ganar dinero, para captar gente inestable de ánimo para enriquecernos. Ha sido así desde el principio de los tiempos. Usted no vendrá a cambiarlo.
– Estoy harto de verle la cara a un gilipollas que cree ser un enviado de Dios. – Grito enfadado Di Iuorio – Dios sólo mandó a un enviado y por treinta monedas lo mataron y lo traicionaron. Su secretario y nuestro jefe de seguridad también nos lo han vendido a nosotros por treinta, treinta billetes de quinientos euros cada uno, un precio demasiado bajo para su vida. Usted tiene en su mano su vida. Le ofrecemos un trato. Si quiere vivir, dé marcha atrás con los decretos y acepte las ideologías tradicionales. De lo contrario, morirá con sus ideologías.
– No cambiaré mi manera de pensar, ni la forma que creo que tiene que tomar la Iglesia. Dios no sois vosotros, no me podéis decir qué tengo que hacer, ni en qué tengo que creer.
– Usted ha hablado. Señores – dijo Di Iuorio dirigiéndose a todos aquellos que apuntaban al Papa con sus fusiles – no quiero disparos ni en cabeza ni en brazos, sólo el tronco, la cabeza y los brazos se ven en el funeral. – Se giró y miró fijamente al Papa a los ojos y le dijo con la sangre fría – Di tus últimas palabras.
– Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad…
– Disparen – Gritó Di Iuorio.

El tronar de cuarenta fusiles sonó en aquella sala, pero en ella quedó apresado pues la insonorización apresaba en su cárcel de muerte a aquellas balas que atravesaban en cuerpo de Emmanuel Jáuregui. El cuerpo cayó desplomado, dejando ríos de sangre fluir por multitud de túneles que las balas habían abierto en su cuerpo. Yacía en una alfombra de terciopelo roja, esa que su propio cuerpo había hilvanado con cada rugido de la fiera con gatillo que había acabado con el último suspiro de un hombre cuya última misión fue hilvanar su propia alfombra de sangre.

Con el cuerpo tendido en el suelo de aquella sala, los miembros de la junta directiva se miraron y esbozaron sonrisas tan crueles y malévolas como sus propios planes, que acababan de llevarse a cabo.

– Bien, y ahora, ¿Cómo saldrá de aquí? – preguntó Sismondi.
– Lo tenemos todo planeado. Traerán el coche a nuestras dependencias, meteremos el cuerpo en el maletero y en el asiento estará un doble que hemos encontrado del Papa. Nadie sospechará nada, porque saldrá a gran velocidad hasta el Vaticano. Una vez allí, haremos pública la muerte del Papa a causa de un cáncer de páncreas que lo azotaba desde hacía años, pero que, por motivos personales, nunca declaró que tenía. Todo está planeado.
– Perfecto. – Dijo con una sonrisa de felicidad Sismondi – Pues entonces elijamos traje para el funeral.

sábado, 29 de agosto de 2009

Habemus Papam V


Despacho de su Santidad el Papa Gregorio XVII. Llaman a la puerta y entra en él el secretario personal de su Santidad:

– Su Santidad, perdone que le moleste, sé que han terminado sus visitas de hoy pero hay aquí un hombre al que creo que debe escuchar.
– ¿Quién es? – Preguntó el Papa – Si es cuestión de vida o muerte, pues que pase.
– Me temo que sí es cuestión de vida o muerte. Es Sergio Donggilio, jefe de seguridad del Partido Católico Ultraconservador.
– Hágalo pasar.

Entró en el despacho Sergio Donggilio serio y con paso firme. Tras pedir permiso y besar la mano del Papa se sentó frente a él en una ricamente ornamentada silla.

– Usted dirá, don…
– Donggilio, mi nombre es Sergio Donggilio, su Santidad.
– Eso, Donggilio, proceda a decirme eso tan importante.
– Verá usted, planean asesinarlo.
– ¿Quién? – El rostro del Santo Padre palideció de golpe y aún se hacía más blanco. Casi ni se distinguía de su manto. Con la voz quebrada y temblona consiguió emitir algunas palabras – ¿Quién dices que quiere asesinarme?
– El Partido Católico Ultraconservador. Sus decretos, esos que usted promulga, no hacen más que ir contra la rancia y anticuada ideología de este partido, y la que caracterizaba a esta Santa Iglesia antes de que usted llegara. Por ello quieren eliminarlo. Es muy probable que el avión que usted coja hacia España nunca llegue a su destino.
– No puedo creerlo – Emmanuel Jáuregui, pálido como la luz divina, estaba serio y no podía hacer más que pensar con los ojos bien abiertos – Yo sólo quiero darle a esta Iglesia, a mi Iglesia lo que creo que estaba pidiendo a gritos. Esos ideales que defienden son de otra época, ni siquiera son suyos, son los que se han ido trasmitiendo de Papa en Papa, de pontificado en pontificado. Si son tan católicos como dicen ¿Tan difícil es cambiar esos ideales?
– Su Santidad, esos ideales han permitido hacer mucho dinero, han permitido crear mucho poder y eso es más válido que cualquier ideal. Sus decretos hacen ver la boca al lobo, con lo cual su dinero, su poder, el imperio que se ha fraguado con los años, se viene a pique.
– Oiga – Dijo con tono serio el Papa – ¿Si usted trabaja para ellos por qué les delata? No es lógico.
– Yo creo como usted en una modernización de la Iglesia. Por eso no puedo dejar que acaben con esa figura que significa tanto para el mundo católico.
– Pasado mañana tengo una reunión con ellos en su sede central. ¿Corro algún tipo de peligro?
– No, ninguno – se apresuró a decir Donggilio – ahí todo serán alabanzas hacia usted. No debe usted sospechar. Pero tampoco deben sospechar ellos que usted lo sabe todo. Me matarían.
– Descuide, si hice creer a un cónclave que era el apropiado para ser el nuevo Papa puedo hacer creer a este grupo de arcaicos que no sé absolutamente nada.



A la mañana siguiente, el papa se dispuso a promulgar su tercer decreto. Como no estaba seguro de la veracidad de las palabras de Donggilio que le aseguraban que en esa reunión prevista para el día siguiente no pasaría nada, decidió promulgar varios decretos:


Decreto número 3
Los sacerdotes

Yo, el Papa Gregorio XVII, declaro que, los sacerdotes no son más que personas encargadas de promulgar la palabra de Dios, y, por lo tanto, no existe razón alguna para que sola y exclusivamente sean hombres los que ejerzan esta labor. La mujer no es un ser inferior, es un ser creado por el Divino Pastor y como tal es digno de alabanza. Las mujeres podrán ejercer el sacerdocio con los mismos derechos con que contaban los hombres hasta la fecha. La validez de este decreto y de todos los anteriormente publicados, será efectiva dentro de dos días. A parir del 19 de noviembre del presente año del Señor.
17de noviembre del año del Señor
Gregorio XVII


Decreto número 4
El aborto

Yo, el Papa Gregorio XVII, declaro que, abortar no será considerado delito, ya que un ser recién concebido aún no ha adquirido el nivel de ser humano. El aborto será válido siempre y cuando no se realice más allá del primer mes de gestación. Si se hace más allá del mismo será un delito, pues atentará contra la vida. La validez de este decreto y de todos los anteriormente publicados, será efectiva dentro de dos días. A parir del 19 de noviembre del presente año del Señor.

17 de noviembre del año del Señor
Gregorio XVII


Decreto número 5
El celibato

Yo, el Papa Gregorio XVII, declaro que los sacerdotes no deben guardar el celibato. No tienen, por tanto, que hacer el voto de castidad. Los sacerdotes son meros portadores de la palabra de Dios. El celibato y la castidad no serán motivo de impedimento a la hora de difundir la palabra de Dios. El voto de castidad y el celibato absoluto será para aquellos que elijan poner su vida al servicio total del Señor, es decir, Monjes, monjas y Papa. Si un cardenal que accede a Papa tiene una pareja, la Iglesia Católica concederá la nulidad inmediata a dicho matrimonio, con lo cual, el Papa cumpliría su labor totalmente fiel al voto que debe jurar en el momento de su proclamación, el de castidad. La validez de este decreto y de todos los anteriormente publicados, será efectiva dentro de dos días. A parir del 19 de noviembre del presente año del Señor.

17 de noviembre del año del Señor
Gregorio XVII




viernes, 28 de agosto de 2009

Habemus Papam IV


Era el 16 de noviembre y Emmanuel Jáuregui se sentó y escribió el segundo decreto de su real papado:

Decreto número 2
La homosexualidad

Yo, el Papa Gregorio XVII, declaro que, dentro de veintinueve días, los homosexuales serán considerados hijos de Dios y como tal tienen derecho a ejercer el Santo Sacramento del Matrimonio. La homosexualidad no es un enemigo a vencer. Los homosexuales no son enfermos, son personas que, simplemente, tienen una orientación sexual distinta de la tradicionalmente impuesta. A partir de veintinueve días podrán casarse, aunque no podrán adoptar niños ante la imposibilidad de la concepción entre miembros de un mismo sexo. Todos somos iguales a los ojos de Dios.

16 de noviembre del año del Señor
Gregorio XVII




Sede del P.C.U. Reunión de urgencia que era ya casi una costumbre costumbre. El enfado se apoderaba de todos ellos con la rapidez con la que el Papa lanzaba sus decretos:

– No puedo tolerarlo – gritó Mauricio Sismondi – esto ya está pasando de castaño oscuro.
– Calma, compañeros – sugirió Ulstano Capalozza – sólo debemos buscar una forma de acabar con él.
– Tiene razón el señor Capalozza – dijo el presidente – hay que acabar con él. No debemos dejarlo más tiempo. Pero hay que hacerlo bien, no debemos levantar sospechas. La sociedad se hace eco y nuestro partido pierde seguidores porque prefieren seguir aun Papa, a uno que se supone elegido por Dios, que a nosotros.
– Sugiero una muerte tranquila, mientras duerme, una cosa que parezca muerte natural – aportó Sismondi con maldad en los ojos – Salió bien una vez, no tiene porque pasar lo contrario esta.
– No, tiene que ser algo nuevo – propuso Di Iuorio – podrían cogernos. Tenemos que pensar. Hablaré con nuestro sistema de seguridad para ver qué nos proponen y cada uno que reflexione una manera de acabar con esta oleada de progreso. Mañana aquí a la misma hora.




Sede del P.C.U. Despacho del presidente Don Flavio Di Iuorio. Está sentado en un escritorio muy amplio y al otro lado de la mesa, en una modesta silla, que contrastaba con lo cuidado de su sillón, estaba sentado Sergio Donggilio, el jefe de seguridad del Partido católico ultraconservador:

– Señor Donggilio, – dijo Di Iuorio – le he llamado en nombre del consejo general de este partido al que ambos pertenecemos. Usted estará al corriente de los decretos que su Santidad Gregorio XVII está promulgando.
– Así es, – aseguró Donggilio – algo así no pasa desapercibido para nadie, sea o no católico.
– Y como afiliado a nuestro partido sabe perfectamente los ideales que defendemos, ¿no es así?
– Así es.
– Pues verá, Señor Donggilio, somos un partido político que tiene ya cierto territorio en su poder. Hasta ahora, aquel creyente de la Iglesia Católica seguía fielmente nuestros pasos, porque eran los pasos que seguía la Iglesia. Pero al cambiar ese rumbo, de manos de este querido Papa, podemos perder muchas tierras, por tanto, adeptos, por tanto dinero. Creo que tenemos que tomar el mando del timón y devolver el Barco Católico a nuestras aguas.
– ¿Me sugiere usted matar al Papa? – Preguntó interesado Donggilio – Hace sólo cuatro días que lo proclamaron como tal.
– Así es, pero en cuatro días ha hecho evolucionar a la Iglesia más que en toda su historia. Si seguimos así, nos hundirá.
– Entiendo… – dijo pensativo Donggilio – Dentro de poco tendrá lugar una visita a España. ¿Qué tal un accidente de avión?
– No, no nos conviene cuestionar la seguridad del Vaticano. – Durante un momento calló y pensó. Finalmente propuso – Aunque podremos hablar con los directivos de nuestro partido en España. Han obtenido grandes resultados electorales actualmente y tengo entendido que se van a reunir con el Santo Padre. Podemos hacer que le convenzan.
– No creo que puedan, dicen los que le conocen, que el Papita es muy terco. No dará su brazo a torcer tan fácilmente.
– Entonces ¿Alguna idea?
– Podríamos recurrir a los etarras. – Sugirió Donggilio.
– Tienes razón. – Dijo sonriente Di Iuorio – Desde hace un par de años nos deben un favor. Cuando su banda estaba a punto de caer y les dimos cobijo en nuestro país para que siguieran con su actividad desde aquí, a cambio de futuros favores. Llegó la hora de saldar las cuentas. ¿Qué tal un atentado?
– No es recomendable, señor. Los servicios de seguridad del Vaticano y de España tendrán todo calculado para proteger al Papa en todo momento, con lo cual un paso en falso y podrían coger a los etarras y no tendrían reparos en delatarnos.
– Es cierto, perderíamos más de lo que ganaríamos. – Pensó durante un momento y dijo – Bueno, dejo en su mano como aniquilar a su Santidad, pero que sea cuanto antes. Antes de que sea demasiado tarde.


jueves, 27 de agosto de 2009

Habemus Papam III


El Papa se sentó en su escritorio y escribió en un papel con el sello del Vaticano:

Decreto número 1
Los medios anticonceptivos

Yo, el Papa Gregorio XVII, declaro que, dentro de treinta días, será válido el uso de los medios anticonceptivos. El fin del acto sexual es la procreación, pero es también una manifestación de amor y Dios dijo: “amaos los unos a los otros”. El sexo es una muestra física de amor. Sin amor no se entiende el sexo. Ya que el amor se debe expresar, hay que hacerlo de manera segura. La procreación se llevará a cabo cuando la pareja quiera, pero no es el fin único del acto sexual. Si la iglesia prohíbe el uso de medios anticonceptivos incita a una relación sexual sin ellos que puede desembocar en embarazos no deseados (y traer un hijo al mundo en una situación no propicia para ello es peor que evitar el sufrimiento), o bien desembocaría en una enfermedad que podría desencadenar la muerte. Por lo tanto nos convertiríamos en asesinos. Y la muerte sólo debe venir de la mano de Dios.
15 de noviembre del año del Señor
Gregorio XVII



Sede del P.C.U. Todos los miembros reunidos en torno a la mesa para tratar el primer decreto del Papa:

– Hay que cortarle las alas a este hombre – dijo en tono elevado y con amplia muestra de enfado en su gesto el vicepresidente– no podemos dejar que esto siga así.
– No, hay que esperar, ha dicho que este decreto será válido en treinta días, hasta entonces debemos aguardar para ver qué otras sorpresas nos da. – Ulstano Capalozza ordenó –
– Tiene razón el señor Capalozza, debemos esperar. – dijo El presdente Di Iuorio– Estoy seguro de que seguirá con estos decretos. Hay que esperar y luego, antes de que llegue el día en el que sean válidos los decretos, el papa caerá con todo su imperio.
– Señores, no, hay que actuar ya. – afirmó Sismandi– La sociedad pide nuestra opinión sobre estas cuestiones, hay que pronunciarse.
– Habrá pues que lanzar un comunicado – sugirió Capalozza – ¿Qué podemos decir? ¿Se le ocurre algo, Señor Presidente?
– Por el momento creo que es mejor no pronunciarse. – sentenció Flavio Di Iuorio– Tenemos muchos asuntos entre manos. Hay que gobernar, luego ya entraremos en otros asuntos. Total, hasta dentro de treinta días estos decretos no nos afectarán, con lo cual hasta entonces tenemos para posicionarnos.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Habemus Papam II


Al día siguiente, muy temprano, Gregorio XVII estaba sentado en el escritorio de su habitación y escribía:

Justificar a ambos ladosCatólicos del mundo:

Soy el Papa Gregorio XVII y expongo aquí, en mi primer escrito oficial, las intenciones de mi pontificado. En primer lugar, he de aclarar que estoy aquí por imperativo divino, gracias a Dios y a su infinita sabiduría, que ha elegido a un hombre que traiga a ésta, su religión a los mundos del hombre. Durante muchos años hemos vivido a merced de hombres que, por imperativo de un cónclave, han sido elegidos Papas y, como tales, se han limitado a continuar con el legado ideológico que ha sido la fuente de pérdidas de fieles de la Santa Iglesia Católica durante siglos. Como jefe de la iglesia anuncio cambios y esos cambios cambiarán el mundo católico y el mundo profano. Ya no somos los inquisidores de tiempo atrás, somos hijos de Dios que seguimos su herencia, la herencia del Santo Padre. Si queréis a Dios, debéis seguirme a mí. Me despido dando gracias a Dios por hacerme elegir las palabras exactas.
Gregorio XVII.

Se abrió la puerta de la habitación y entró su secretario personal y hombre de entera confianza que le dijo:
– Buenos días, su santidad, ¿me llamaba?
– Sí, quiero que entregues este escrito para hacerlo público.
– El primer escrito de su Santidad Gregorio XVII, qué rápido.
– No puedo esperar más, hay que reaccionar cuanto antes.
– Enseguida toda la cristiandad estará al corriente de sus palabras.
– Eso espero.
– Si no necesita nada más, me retiro.
– Puede retirarse - El secretario salió de la habitación.



Sede del P.C.U (Partido Católico Ultraconservador), el comunicado del Papa acaba de ver la luz y el partido convoca una asamblea urgente para tratar el asunto. Toma la palabra el director del partido, el señor Flavio Di Iuorio:

– Señores, este comunicado es muy extraño. Creo que debemos tener cuidado con este Papa, parece que quiere modernizar la Iglesia. No debemos consentirlo.
– Propongo matarlo– dijo el vicepresidente, Maurizio Sismondi – Hemos obtenido excelentes resultados electorales y no podemos arriesgarnos a perder a esos votantes porque un Papa de pacotilla nos pisotee los ideales. Además, ¿qué pensarían nuestras sucursales en otros países donde son ya la oposición? No hay duda, hay que matarlo antes de que sea demasiado tarde.
– No, hay que esperar a ver hasta donde va a llegar – dijo el presidente honorario Ulstano Capalozza – tenemos que tener en cuenta que dependemos del Vaticano económicamente y una muerte ahora levantaría sospechas sobre nosotros. ¿No recordáis que durante varias semanas se dijo en la prensa que este partido asesinó al anterior Papa? Estamos en el punto de mira.
– La prensa siempre ha sido muy especuladora, y tenemos controlados a la mayoría de periódicos, – replicó el señor Di Iuorio – basta una llamada para que se desmientan todos los rumores.
– Además, todo el servicio del Vaticano está a nuestra merced, – aportó el señor Sismondi – ¿que muere el papa?, nosotros le decimos al forense que ha sido de un infarto repentino y punto.
– Yo digo que es mejor esperar y en su caso sobornar, como hicimos con el idiota de Juan Pablo IV – interrumpió Capalozza – ¿Os acordáis de ese que quería ordenar a las mujeres sacerdotes? Bien que se retractó cuando descubrimos sus escarceos sexuales con la presidenta del partido feminista.
– Lleva razón Capalozza, hay que ver por dónde va a tirar este Papita. – Dijo pensativo Di Iuorio – Debemos ver como se desarrollan los hechos, y una vez que le veamos la verdadera cara al señor Jáuregui, podemos actuar.


martes, 25 de agosto de 2009

Habemus Papam I

Bueno, hace un tiempo, mientras desayunaba ví un documental sobre el Papa actual, Benedicto XVI, y en él se hacía mención a sus ideales. Viendo ésto se se me ocurrió una historia pequeña. Voy a ir publicándola por partes. Espero que os guste:


«Fratelli e sorelle carissimi! ¡Queridísimos hermanos y hermanas! Biens chers frères et sœurs! Liebe Brüder und Schwestern! Dear brothers and sisters! Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus papam! Emminentissimum ac reverendissimum dominum, dominum Emmanuel, sanctæ romanæ Ecclesiæ cardinalem Jáuregui, qui sibi nomen imposuit Gregori decimi septimi»

Toda la plaza de San Pedro del Vaticano comenzó a aplaudir y gritar de júbilo ante un nuevo Papa, un nuevo jefe de la religión más poderosa del planeta, anunciado por el Cardenal. El anterior Papa, León XIV, había fallecido hacía un mes y durante esos treinta y un días, el mundo entero esperaba su sucesor, esa fumata blanca que traería un nuevo pastor al rebaño católico.
Se abrieron las cortinas y salió aquel nuevo hombre que abría un nuevo pontificado dentro de esta religión. Contra todo pronóstico, el Papa Gregorio XVII comenzó a hablar en su lengua materna:
«Queridos hermanos, hoy es un día grande, pues la Santa Iglesia Católica abre una nueva era con mi elección como Papa. Dios es amor, Dios es libertad, Dios es igualdad, y yo vengo a continuar con la predicación de la palabra de Dios. Alegraos porque su palabra está en mi boca, y mi boca en vuestros corazones cristianos»
Saludó a la multitud y entró en la Gran Basílica de San Pedro del Vaticano. Nada más entrar se dirigió a su secretario personal y le dijo:
– Acompáñeme a mi habitación, quisiera descansar, mañana comenzarán las emociones fuertes.
– Enseguida, su Santidad, desea algo más.
– No gracias, lo que necesite no tengo más que pedirlo.


martes, 30 de diciembre de 2008

El río que nunca paraba de fluir



Y sonó aquel suspiro último ante la muerte del esfuerzo que llevaba realizando en busca de la Libertad, esa que tanto ansiaba y suspiraba y se esforzaba por conseguirla. Esa estaba ya delante suya, con la mirada penetrante de quien no se deja tocar, con la mirada sabia de la sabiduría libertina, esa, que con manto rojo de la sangre derramada por ella, está quieta y alzando en sus brazos una paloma, esa que no habla pero dice cosas con el susurrante mirar de sus ojos. El suspiro hizo le llegar, palparla con sus manos, sentirla como verdadera por un instante. Pero aquella libertina y valiente, salvaje y verdadera, desapareció dejando tras de sí unas tinieblas de desilusión y confusión, de suspiros esforzándose en dar respuesta a todos los interrogantes. Y es que esa señora libertina y valiente, salvaje y verdadera nunca estará a nuestro lado, nunca, ni en la muerte, ni cuando el último suspiro de aliente se esfuerce por salirnos. Nunca seremos libres pues la libertad siempre estará controlada por el sentimiento de saber que somos libres. Una vez y otra vez, esa libertina y valiente, salvaje y verdadera desaparecerá y de nuevo suspiraremos por comenzar el esfuerzo de sentir que la tocamos, un instante antes de que volvamos a suspirar…

domingo, 5 de octubre de 2008

El cuento


Hoy es el cumpleaños de una persona muy especial para mí y hace un tiempo le conté un cuento que ahora quiero poner aquí, tal cual salió, sin retoques de ningún tipo, como felicitación:

Érase una vez que se era, en un país muy lejano nació un rusito (ya no hace falta decir el país) desde pequeño sentía algo que no sabía que era pero que cuando veía una mesa le hacía marcar un compás con sus nudillos de tal manera que todos quedaban asombrados pues sacar un compás en un mostrador de mármol es muy complicado.
Un día decidió visitar el mundo, quiso ir a Italia, pero como los aviones son así, él apareció en Cádiz. Se dice que Italia es muy bella pero cuando leyó en un cartel "Cádiz" supo entonces lo que era la belleza. Paseó y paseó por esas estrechas calles con cañones en las esquinas, una ciudad protegida sin duda alguna, a pesar de que sus murallas están abiertas a quien quiera entrar. Los habitantes de esa ciudad eran muy extraños, uno, hombre por su barba, llevaba una caperuza roja y una faldita con delantal, otra, mujer por sus ojos, llevaba una barriga postiza y una barba de plástico. Se lanzaban unos a otros unos papeles recortados muy pequeños y de colores y unas tiras que escapaban de aquí para allá. Quiso ver algo de orden, pues en unas carrozas iban subidos más de 40 policías, pero en lugar de imponer orden, armaron jaleo tocando y cantando unas piezas muy curiosas, será que la música amansa a las fieras. Siguió caminando cuando de pronto, a la altura de un parque que pertenecía al señor Genovés, por un alguien italiano, miró hacia un edificio con unas columnas que tenían pinta de despellejar si te apoyabas en ellas. De entre las columnas surgió una mujer. Vestía una larga túnica antigua, como una griega más, pero por su belleza era la reina más bella, la diosa de la belleza quitándole el puesto a la misma afrodita.
Quedando maravillado por la belleza fue tras ella y comprobó que era rusa al igual que él. Descubrieron que los dos habían ido a parar a aquel rincón tan extraño empujados por ese compás de nudillo. Entre charlas rusitas caminaron y fueron a parar a ese rincón donde los vientos pelean por ser quien la acune, esa playa, la Caleta. No les quedó más remedio que silenciarse al contemplar la puesta de sol más bonita que ningún pintor podría captar jamás. Cuando el último rayo besó las aguas caleteras, los dos rusos se miraron y se dieron un abrazo y un beso tan grande que hasta comenzó a saltar otro viento, meciendo las barquillas.
Desde entonces cada noche van a ese lugar y reviven el momento.
Luego, después del abrazo, se levantaron y se fueron paseando por el campo del sur hablando de sus cosas y recordando el paisaje más bello jamás visto. ¿La caleta? no, el rostro del otro al abrazarse.

Porque los cuentos pueden llegar a hacerse realidad.


miércoles, 13 de agosto de 2008

El jardín de tus secretos

Abro los ojos y veo un gran jardín que se expande ante el horizonte que dibujan mis pupilas. Hay árboles, palmeras de diversos tamaños, flores de todo tipo y colores, aunque predominan las de color rojo que llenan cada una de las orillas de los caminos que me llevan al centro. Allí, donde los caminos terminan hay una fuente y a su alrededor crecen dos escaleras que conducen a un piso superior tan inundado de verde y belleza, y tan espeso en su longitud que parece no acabar, como si a cada pestañeo creciera un poco más.
A los pies de la fuente hay una pequeña loza en la cual hay escrito algo: “El jardín de tus secretos”. Suena en mi voz esta frase y un escalofrío me recorre de arriba abajo y en inverso recorrido. De la espesura aparece un animal que nunca antes había visto. Tiene un cuerpo muy largo con algunas manchas cuadradas que simétricamente cubren el tronco del animal, su cabeza es la de un perro que con colmillos protuberantes y una lengua kilométrica da paso a unos ojos de gato que hipnotizan. La cola era la de un reptil, un cocodrilo parece ser. Doy un paso atrás asustado por tan extraña criatura, aunque no dejo de observarla. Sube las escaleras y se marcha corriendo. No sé porque razón pero estoy corriendo tras ella, no puedo parar de perseguirlo, pues su figura al correr me atrae y me trasmite una curiosidad que hace que mis piernas se muevan tras él.
Tras algunos minutos de carrera, el animal desaparece y allí estoy yo. Solo ante una nueva fuente, mucho más grande que la anterior, medirá unos tres metros. Es de piedra y tiene tallados unos ojos preciosos bien abiertos y otros ojos medio cerrados. De los abiertos caen lágrimas que van a parar a la base de la fuente que está tallada como brazos acunando al llanto. Los ojos medio cerrados apenas desprenden un hilo de agua que va a parar al mismo mar. Cuando las lágrimas llegan ahí se vuelven sangre, la fuente acuna la sangre como lágrimas de los ojos.
De pronto, el extraño animal se posa a mis pies y arranca de sus entrañas un alarido tan sonoro que los árboles, que sombra me dan, juntan sus copas y tapan por completo al sol. Todo está oscuro… abro los ojos, pero no veo más que vetas de madera madera.


lunes, 30 de junio de 2008

Como una enamorá

Un martes más ahí está ella. Un martes más con su eterno mirar asomada a la balautrá de la Alameda gaditana. Un martes más contempla los colores que hace ya dos años se le borraron de sus vestimentas. Andando lentamente con la mirada en la mar ajena a todo lo que a su vera va a pasar, ajena a otras vidas y otro martes que contar.
Un roete blanco como la cal de su patio de vecinos daba la alerta al cielo de que aquella miradora de martes y atardeceres estaba apunto de cambiar años por siglos. Un pañolón tan negro como el cielo de la noche que ella esperaba abrigada de los fríos vientos de poniente que en los pliegues de su piel venteaban era el trono perfecto para aquella enamorada.
Como la que espera a su amor, inquieta mirando al mar, como la que espera su amor busca en su bolsa ese pan. Esa mijita de pan que no se quiso comer para alimentar su amor y podérselo ofrecer. Y sin más demora que lo que duraba el batir de unas alas, desde la mar salada salió una paloma que la cortejaba, a su vera se posaba y la miraba como miran los amores. Comió de la mano que de comer le daba, aquella adornada por dos alianzas, la unión de dos amores en una mano y tres corazones.
Una vez que el beso de pan se fue a acabar y a volar al mar azul ella miró una vez más al cielo que se oscurecía y pensó en que quizás, quizás llegó ese momento que tanto quería. Ya no servía más que para dar de comer a una amiga, un amante que la espera día tras día para dar alegría a su corazón. Quiso ser la paloma que comía de su mano y quiso salir de aquella jaula donde la encerraron al nacer y que no quería ser presa, quería la libertad de volar y en los mares envejecer.
Salió de aquella jaula de vida, de roetes blancos, de patios de vecinos, de pañolones negros, de aquella bolsa, de dos anillos. Y voló por los mares, voló y aquella paloma jamás a pisar tierra volvió, ¿para qué? si estaba en los mares comiendo migas en las manos de su amor.

viernes, 30 de mayo de 2008

Las Cuatro Rosas 10

Capítulo 10

Pasaron 4 meses y Ana, recuperada de las lesiones que ella misma se produjo tuvo que comparecer ante el juez, que le dijo: “Señorita Márquez, cuente usted las razones que le llevaron a asesinar a Jesús García y a Juan Pérez”. “Si me permite, señoría, me gustaría contar una historia que aclarará dos casos” dijo Ana con la cabeza agachada sentada justo en frente del juez. “Proceda” dijo el Juez acomodándose en el sillón. Ana subió la mirada y dijo: “Hace unos 5 o 6 meses fui a casa de mi amiga Sara, y mientras ella se duchaba entré en la carpeta donde se le guardaban las conversaciones con las personas a través del Messenger. Miré una que eran las que había tenido con Jesús y allí vi como Jesús le declaraba su amor, le decía que la amaba, que si estaba conmigo era porque yo le daba pena. A mí como puede usted imaginar, señoría, los celos me comieron y estuve durante mucho tiempo pensando en qué podía hacer para vengarme de Jesús y de Sara, que me había ocultado algo que me incumbía a mí tanto. Tras pensar se me ocurrió algo, aproveché una tarde en la que no tenía clases de inglés y en la que Sara estaba de compras para entrar en el Messenger de Sara haciéndome pasar por ella y hablé con Jesús. Le dije que había estado pensando, que lo quería y que quería que estuvieran juntos. Pero a mí no me bastaba con eso, quería saber cuánto la quería y hasta donde era capaz de llegar por ella, así que le dije que la única manera de que ellos pudieran estar juntos era matando a Manuel. Y mi sorpresa fue que a la noche siguiente Manuel murió asesinado por su hermano. Estaba tan furiosa que en cuanto la encontré, cogí la ropa llena de sangre de Jesús y la entregué a la policía, quería que ese cabrón se pudriera en la cárcel por haberme engañado y querer ponerme los cuernos con otra, con mi amiga. Y así lo hice, lo entregué, nadie iba a sospechar de mí, piensen, ¿Qué persona iba a inculpar a otra persona siendo ella la culpable?, pues una que sabía que, en caso de que Jesús cantara, la mayor perjudicada iba a ser Sara. Y así fue, ella fue la que pagó. Con lo que yo no contaba era con que Jesús se escapara de su celda para ir a matarme, pero por suerte me adelanté y lo maté a él. No quería, pero yo no quiero ir a la cárcel así que tuve que liquidar al único testigo de mi asesinato, Don Juan, pobre hombre. Sara… pues Sara no es más que una tonta que se mató, no supo aguantar, mi castigo para ella era que sufriera dentro de la cárcel, pero el castigo que ella se ha dado, aún me gusta más. Y eso es todo señoría, sé que me pueden caer muchos años, pero qué más me da, no tengo antecedentes, estaré fuera en nada de tiempo, pero a esos cabrones les queda toda una vida de condena en el infierno.” El juez dictó sentencia: “Señora Márquez, queda usted condenada a 50 años de cárcel por los asesinatos de Jesús García, Juan Pérez y Manuel García.
Dos agentes se fueron hacia la joven y la prendieron, ella se resistía pero la llevaban forzosamente hacía la puerta. En el forcejeo que mantenía con los agentes consiguió quitarle la pistola a uno de ellos. La tomó, aun teniendo las manos esposadas y la subió hasta su pecho, al llegar a él dijo: “No iré a la cárcel, yo siempre gano” Ana apretó el gatillo y se disparó en el corazón cayendo muerta al suelo de la sala mientras la sangre fluía por la herida producida por la bala. Todos en la sala quedaron atónitos con la escena y el silencio se apoderó de los presentes.

David entró por la puerta del cementerio vestido con un abrigo negro y un gorro y se dispuso a buscar una lápida de entre las muchas que allí había. Se paró en frente de una en la que decía: “Aquí yace Ana Márquez, cuyos celos y odio han hecho que hoy esté aquí, descanse en paz”. David cogió cuatro rosas y las arrojó encima de la lápida diciendo: “Todos han vuelto a ser polvo, tú, como siempre, le llevas la contraria, toma, cuatro rosas, una por cada vida que mataste, ya que tú nunca has tenido”. Se dio la vuelta y se marchó de allí con lágrimas en los ojos y las manos en los bolsillos. Cuando David salió del cementerio, una ráfaga de viento recorrió el cementerio por todos sus rincones y por el aire volaba una rosa que se fue a posar en la lápida de Ana.

Fin

Las Cuatro Rosas 9

Capítulo 9

Nada más los policías salir de casa de Don Juan, meterse en el coche y salir de la Plaza de las Rosas, una persona oculta detrás de unos cubos de basura salió de su escondite y se dirigió hacia la plaza, allí estaba Ana, sentada en uno de los bancos. El escondido estaba viéndola de espaldas, ya que el banco miraba en la misma dirección que él lo hacía. Sacó un cuchillo de entre las ropas de una gabardina negra y se dirigió muy sigilosamente hacia Ana. Al llegar a ella le dijo: “Hola Ana, mira, tengo un regalito”, sacó para que pudiera verlo el cuchillo que aún tenía restos de sangre, de la sangre de Manuel. Ana se levantó rápidamente del banco, se dio la vuelta con cara asustada pero muy segura y serena mirando hacia la otra persona y le dijo: “Hola Jesús, yo también”. Dicho esto Ana sacó de su bolso un cuchillo, impoluto y rápidamente se lanzó hacia Jesús. Poco tiempo tuvo éste en reaccionar, porque cuando se quiso dar cuenta ya Ana estaba encima suya, forcejearon durante un momento hasta que finalmente se le cayó el cuchillo a Jesús. Ana, aprovechando que su novio no estaba armado, empuñó fuertemente su cuchillo y apuñalo tres veces a Jesús, una en el pecho, otra en el cuello y la otra en el abdomen. Jesús cayó al suelo, en el mismo lugar donde lo hizo su hermano, y lo hacía exactamente igual que él, muerto y derramando sangre que formaba un charco en el suelo como un colchón esperando a que Jesús durmiera en él.
Ana quedó mirando el cuerpo inerte de Jesús con una respiración muy acelerada. Miró de pronto hacia la ventana del número 2 y vio allí a Don Juan, contemplando la escena, al percatarse éste de que Ana le había visto, se desplazó hacía atrás buscando el teléfono. Ana vio como cogía el teléfono e interpretó que llamaba a la policía. No podía estar presa, no podían capturarla, tenía que impedir que Don Juan llamara a la policía así que salió corriendo, cuchillo en mano, hacia el número dos. La puerta estaba abierta, pues así había querido Don Juan que los policías la dejaran, así que Ana entró sin problemas. Subió dos pequeños escalones y entró en el salón, ahí estaba Don Juan, sentado en su silla de ruedas y gritando por teléfono: “Asesinato en la Plaza de las Rosas, Ana…”. La comunicación se cortó ya que Ana con el cuchillo había cortado el cable del teléfono. Don Juan quedó con el teléfono en la mano mirando fijamente a Ana, muerto de miedo, temblaba viendo la mirada enloquecida de aquella joven a la que tantas veces había visto a través de su ventana. “Qué me vas a hacer?” dijo Don Juan con la voz temblorosa. “Nada, sólo matarte, no puedo dejar que me cojan, no puedo, y si vives, me delatas” contestó Ana. Don Juan dijo: “Si tú quieres no te delataré, déjame vivir y vete y ya me inventaré alguna coartada, pero no me mates”. Ana lo miró a los ojos, se le acercó y le susurró al oído: “No puedo correr ese riesgo”. Dicho esto empuñó más fuertemente el arma y le dio una puñalada en el abdomen, se retiró y le propinó una en el cuello y la última y sentenciadora en el corazón. Don Juan quedó con la mirada ciega y la boca abierta caído hacia delante con toda la silla cubierta de sangre, al igual que toda la parte delantera de su cuerpo. Ana salió del número dos con toda la ropa cubierta de sangre y el cuchillo ensangrentado en la mano. Al salir, nada más poner un pie en la calle llegó un coche de policía. Paró en la plaza y salió de él Jorge y Javier, Javier dijo: “Alto ahí, Ana, quedas detenida por el asesinato de Jesús “. Ana miró al policía y dijo: “No, señor agente, se equivoca, también he matado a Don Juan, además no estoy detenida”. Nada más decir esto, Ana empuñó fuertemente el cuchillo y de un golpe se lo clavó en el vientre. Ana cayó al suelo envuelta en un gran manta de sangre, no sólo suya, sino de sus asesinados.

El agente que se encargaba del turno de vigilancia de los calabozos de la comisaría de policía hacía su trabajo paseando por el estrecho pasillo de entre celdas vigilando para que no se produjera ningún conflicto cuando se paró enfrente de una celda, la número 4, la ocupada por Sara. Quedó paralizado por lo que allí vio. La mayoría de los apresados, dormía en sus catres, pero en esa celda todo era diferente. Sobre la cama, con evidentes muestras de que alguien había estado acostada en ella había una carta. Al lado de la cama había una banqueta, que servía de silla a los reclusos tirada por los suelos. Y justo encima de esa banqueta había un cuerpo colgado de una tubería del techo, estaba colgando, agarrado del cuello con un cinturón azul. Era Sara, se había ahorcado con su cinturón en la soledad de su celda.

La ambulancia se llevó al hospital a Jesús, Don Juan y Ana y antes de irse, Javier recibió una llamada, cogió su teléfono móvil del bolsillo interno de su chaqueta, pulso un botón, y escuchó lo que le decían. Al oírlo, se puso pálido y dijo: “Joder”. Se metió en el coche y obligó a Jorge a hacerlo también rápidamente. Jorge le preguntó mientras se colocaba el cinturón de seguridad: “¿Qué pasa jefe?”. Javier miró a Jorge y le dijo: “Más muertos”.

Llegaron a la celda número cuatro una vez retirado el cadáver de Sara de allí, Javier cogió la carta que había encima de la cama y comenzó a leerla. Decía: “Señores agentes, han cometido un error, no sé de dónde habrá sacado Jesús que yo le incité a matar a Manuel, a mi Manuel, pero yo sólo sé que no hice tal cosa. No puedo vivir cargando con una losa que merece cargar otra persona, yo no puedo estar aquí siendo la culpable de que mandé matar a mi amor. Por eso mismo quiero estar en paz, y como los momentos de más paz los he vivido con él, he decidido ahorcarme para poder estar con él lo antes posible. Decidle a David que lo quiero mucho y que me perdone por todo, a mis padres que también los quiero y a mi mis amigos lo mismo. Nada más, adiós. Posdata: Encuentren al culpable. Adiós. Sara.”

jueves, 29 de mayo de 2008

Las Cuatro Rosas 8

Capítulo 8

Sonó el timbre de la puerta. Una voz avisadora se aproximaba con un ruido de ruedas de silla. Don Juan abrió la puerta y tras ella estaban Jorge y Javier, los policías. Don Juan quedó extrañado por la visita de los agentes y les dijo: “¿Otra vez están por aquí?, ¿No os dije todo lo que querían saber?”. “No, olvidó algo importante” respondió rápidamente Javier. Don Juan les invitó a pasar. Entraron a la sala y se sentaron cada uno en una silla de madera que estaban alrededor de una mesa redonda, Don Juan permanecía en la silla de ruedas. “Ustedes dirán” dijo Don Juan. Javier preguntó: “Usted aseguró que el asesino de Manuel era David, ¿no es así?”. “Sí, sí, estoy seguro” respondió Don Juan. “Pues si está usted tan seguro ¿Cómo es que su hermano ha confesado haber matado a su hermano?, ¿no sería más normal que usted lo hubiera visto a él que a David, ya que Jesús sí es el asesino?” dijo el policía. Don Juan quedó mirando hacia abajo sin decir ni una sola palabra. Finalmente el policía dijo: “Señor, usted no vio a David ¿verdad?”. “No” respondió Don Juan aún con la cabeza baja. “Y entonces, ¿Por qué dijo que era él quien lo había matado?” preguntó Javier. Don Juan tragó saliva y contó: “Hace dieciocho años iba yo con mi coche cuando por en medio de la calle se cruzó un niño de tan sólo dos años, para no atropellarlo, di un volantazo y mi coche fue a dar contra un árbol quedando siniestro total. Ese niño al ver aquello señalaba al coche y reía. Ese niño era David. El accidente fue tan grave que quedé gravemente herido, perdiendo la sensibilidad y la movilidad de cintura para abajo” Don Juan levantó la cabeza “¿y aún cree usted que no tengo motivos para querer acabar con él?”. Javier le respondió: “Sí, aún lo creo”. “¿Pero es que no ve lo que David me ha hecho? Ese accidente fue por su culpa, por su culpa me he llevado casi diecisiete años sin salir de casa, por su culpa me he perdido tener descendencia, por su culpa he sido un muerto en vida, sin más mundo que el de mi casa y el que veía a través de mi ventana.”. “Una historia conmovedora sí señor, pero como usted mismo ha dicho fue un accidente y si usted hubiera dado el volantazo para otro lado o hubiera ido atento a lo que tenía que ir no hubiera pasado” dijo Javier. “Márchense de mi casa por favor, déjenme solo, si tienen que detenerme o lo que sea ahora no, quiero estar solo aunque mañana vengan y me encierren, así cambiaría de mundo, total, llevo toda la vida sin vivir por culpa de David, que no vivir un poco más tampoco me va a matar, ahora largaos”. Javier y Jorge se levantaron y cuando llegaron a la puerta Javier se volvió y dijo: “David no tuvo la culpa, usted no ha vivido porque no ha querido, no culpe a alguien de que le ha quitado algo que usted se ha negado a sí mismo”. Se dio la vuelta hacia la puerta y Don Juan le dijo: “Deje la puerta encajada, la asistenta está al llegar”. Javier y Jorge salieron de la casa dejando la puerta abierta. Don Juan quitó el seguro de su silla y se dirigió hacia la ventana mirando la calle.

Sola con un agente de la policía detrás suya, despeinada, llorando y temblorosa estaba Sara en el despacho de Javier dispuesta para su interrogatorio. Llegaron Javier y Jorge y se sentaron cada uno en su lugar. Javier miró a Sara y le dijo: “¿Cómo estás?”. Sara, con la mirada perdida le dijo: “¿Cómo quieres que esté habiéndome acusado de algo que no he hecho?”. Javier se acomodó en la silla y dijo: “Sara, Jesús a confesado ser el autor del crimen, pero dice que lo hico porque tú se lo dijiste”. Sara se asombró y dijo: “¿Cómo? ¿Qué yo le dije que matara a Manuel?”. “Eso dijo. Dijo que él está enamorado de ti y que tú también de él y que con Manuel no podréis estar juntos, así que le pediste que lo matara” dijo el policía. “Pero es absurdo, como voy a querer yo a Jesús, yo amo a Manuel, Jesús es sólo mi cuñado, no es más, aunque ahora sí, ahora es el asesino”. “Sara, hasta un juicio tendrás que permanecer aquí en los calabozos, sobre ti pesa una acusación demasiado grave para dejarte en libertad” dijo Javier. “¿Cómo? ¿Qué me encierran? no pueden, soy inocente, yo no hice nada, yo estaba hablando por Messenger con David cuando pasó todo, no fui yo, todo es un invento de Jesús.” dijo gritando y llorando Sara. Javier dio órdenes para que se la llevaran a los calabozos.
Por el pasillo mientras se la llevaban, ella gritaba aún y lloraba repitiendo una y otra vez: “¡No es justo, yo no fui, soy inocente!”.
Jorge preguntó a Javier: “Jefe, se le ve muy afectada, ¿usted cree que Jesús se ha inventado todo?”. Javier respondió: “Yo ya no sé que creer, a mí este caso me está dando dolor de cabeza, anda, vámonos a tomarnos una tila para calmar los nervios, o mejor dicho, un camión de tila”. Ambos policías se dirigieron a la puerta y salieron del despacho.

Las Cuatro Rosas 7

Capítulo 7

Sobre un escuálido catre pegado a la pared iluminado por los primeros rayos del sol que entraban a través de las rejas de la ventana estaba acostado David, con su uniforme de presidiario y despierto muy despierto, pues no podía conciliar el sueño debido a lo que le estaba pasando. Pensaba que ahora Sara lo odiaría porque estaba acusado de asesinar a su novio. Llevaba sin dormir desde que llegó a la cárcel, quizás era la pena de Sara o quizás los remordimientos porque él quiso matar a Manuel, sólo que él sólo pensaba, nunca pensó en matarlo de verdad.
Se abrió la puerta, era un agente de policía que le dijo: “Chaval, eres libre, vete”. David se sentó en el catre sorprendido y le preguntó al policía: “Pero, ¿Cómo es eso? ¿Han encontrado al asesino?”. Sí, chaval, sí, cámbiate de ropa y lárgate de aquí” le dijo el policía haciendo gestos con las manos para que se diera prisa. “Pero, ¿Quién es?” insistió David mientras se vestía con la ropa de paisano. “Mira chaval, no te lo puedo decir, yo sólo soy un mandao, no sé nada más” contestó el policía. “Vale, vale” dijo David mientras se terminaba de vestir y salía de la celda.

“Pero, ¿Cómo que por amor?” dijo el policía que no podía creer lo que estaba escuchando “¿Estás enamorado de su novia o qué?”. “Sí” respondió subiendo la cabeza y mirando al policía. “Pero, ¿tanto amor sientes por Sara que has sido capaz de matar a tu propio hermano?” insistió el policía. “Sí” respondió escueta pero contundentemente Jesús. “Pero Sara está destrozada, ¿Para qué quieres hacerle daño si a ti no te querrá nunca?” insistió el policía. “Sí, sí que me quiere a mí, ella me lo ha dicho de hecho…” Jesús bajó la cabeza y se calló. El policía le preguntó: “¿De hecho qué?”. “No diré nada” dijo Jesús. El policía se enfadó y le gritó a Jesús: “Mira, Jesús, estás siendo interrogado por la policía, más vale que colabores chaval o acabarás aún peor”. Jesús finalmente tras un rato pensativo dijo: “Sara me dijo que ella también me amaba, pero que Manuel era lo que nos impedía estar juntos, que sólo con su muerte podríamos ser felices los dos, y que por favor acabara con él”. “¿Cuándo ocurrió eso?” preguntó el policía acomodándose en la silla. “La otra noche, la anterior al asesinato” respondió Jesús. “Pero, ¿dónde te lo dijo Sara” preguntó el policía. “Fue a través del Messenger” respondió Jesús. “Ah” dijo el policía “una pregunta, ¿Y Ana?”. Jesús respondió: “¿Ana? a Ana la dejaría en cualquier momento, sólo estoy con ella por pena, al principio estaba enamorado pero ya no, es insoportable, claro que ahora como la pille me la cargo, chivarse de tu novio ¡Qué vergüenza!”. “Estás amenazando a Ana en presencia de la policía, esto te puede costar aún más años de cárcel. En cuanto a lo de Sara, no creo que estés mintiendo, si mintieras no te hubieras declarado culpable” dijo el policía. “No miento, Sara me dijo que lo matara y yo me siento un traidor, pero ahora que me han cogido a mí, a ella también la cogen”.

Por la mañana temprano, Sara salía de su casa camino del trabajo intentando recuperar su vida normal cuando llegaron a la puerta de su casa los dos policías, el comisario Javier García y el agente Jorge Muñoz. Sara al verlos les dijo: “Hola agentes, ¿Traéis novedades?”. Javier la agarro del brazo y colocándole las esposas le dijo: “Sí señora, quedas detenida por el asesinato de Manuel García” Sara quedó pálida y se desmayó siendo sujetada por los dos policías.

martes, 27 de mayo de 2008

Las Cuatro Rosas 6

Capítulo 6

A solas con sus sueños en aquella casa, la número 1 de la Plaza de las Rosas estaba Jesús, acostado en su cama con una camiseta sin mangas roja que ya sólo usaba para dormir debido a la gran cantidad de manchas que albergaba, y unos pantalones cortos también rojos pertenecientes a una equitación de baloncesto cuya camiseta desapareció misteriosamente del armario.
El silencio hacía acto de presencia en aquella casa, sólo el respirar de Jesús se atrevía a levantar la voz al todopoderoso silencio. Una ventana abierta con una cortina que volaba a sus anchas movida por el viento desprendía un sonido de grillos cantores que amenizaban con su eterno recital a todos los rincones de la plaza. Pero el recital se silenció con la llegada de un coche que llegó despacio a la plaza, aparcó en doble fila, detrás de unos coches que había ya aparcados. De él salieron dos hombres enchaquetados, el comisario Javier García y el agente Jorge Muñoz. Salieron del automóvil rápidamente y se dirigieron al número 1 de la plaza. Llamaron a la puerta con los nudillos, pero nadie ni nada contestaba, volvieron a insistir esta vez más fuertemente y se oyó de fondo: “Ya voy”. Era Jesús que bajaba las escaleras para abrir la puerta. Abrió la puerta y Jorge le colocó las esposas mientras Javier le decía: “Queda usted detenido por el asesinato de Manuel García”. Jesús bajó la cabeza sorprendido y dijo: “No puede ser, tiene que haber un error, no puede ser”. “Sí, sí, eso tendrás que demostrarlo, por el momento vente con nosotros anda” Dijo Javier cerrando la puerta de la casa y dirigiéndose al coche teniendo a Jesús agarrado por un brazo. Lo metieron en el coche y se marcharon de allí camino a la comisaría.

Llegaron a la comisaría y se dirigieron los tres al despacho de Javier. Javier se sentó en su silla, Jorge cerró la puerta con el seguro y le quitó las esposas a Jesús, éste se sentó en la silla de enfrente de Javier y Jorge al lado suya. Javier miró a los ojos a Jesús y le dijo: “Tenemos pruebas que te acusan del asesinato de tu hermano”. Jesús miró con aires de superioridad a Javier: “¿Ah sí?... vaya, vaya, la policía ha hecho su trabajo, ha investigado y ha dado conmigo. No me lo creo, quizás no hayáis investigado sino que os han dado el soplo”. Javier se mostraba confundido ante la actitud de aquel hombre que se mostraba desafiante y chulo cuando lo normal sería sentirse aterrado. Javier dijo: “De tu actitud deduzco que eres el culpable, un inocente nunca desafiaría así a la policía si supiera que está acusado de algo tan grave”. Jesús miró a los policías y se echó a reír diciendo: “Puede ser, sí, o puede ser que esté tan seguro de que estáis equivocados que no tengo ni porqué estar nervioso”. Javier dijo dando un golpe en la mesa y levantándose de la silla apoyándose en la mesa con las manos : “Me importa un carajo lo que hagas o dejes de hacer y si estoy equivocado o no, pero ahora estás en mi despacho y responderás a lo que yo diga, y según lo que yo diga estarás en la cárcel o en tu casa”. Javier se sentó y seriamente le dijo a Jesús: “Escúchame, Ana, tu novia ha encontrado ropa con sangre de tu hermano en tu casa, la ropa es la que identificó el testigo, Don Juan, abrigo negro largo y gorro. Sólo falta someterte a unas pruebas para determinar si el sudor del gorro te pertenece, claro que si confiesas no hace falta hacerlas”. Jesús levantó la vista, miró a Javier a los ojos y a Jorge y mirando para arriba dijo: “No hace falta que haga las pruebas, fui yo quien lo hice. ¿Para qué mentir? me han descubierto, debí limpiar la ropa antes, es cierto, es un error, aunque el mayor error fue el de hacerme novio de una chivata a la que me voy a cargar en cuanto salga de aquí, porque ¿Qué tiempo estaré en la cárcel? ¿Años, meses, días, horas? Cuando salga la mataré, igual que maté a mi hermano”. Javier miró a los ojos de Jesús y le preguntó: “¿Por qué lo hizo? ¿Por qué mató a su hermano?”. Jesús miró hacia abajo y respondió en voz baja mientras se miraba los nudillos: “La verdad es que fue por amor”.

domingo, 25 de mayo de 2008

Las Cuatro Rosas 5

“Venga, date prisa que tenemos que ir a ver si el David este tiene otro abrigo o no” Dijo el policía a su compañero. “Voy jefe” respondió el compañero metiendo una libreta y un bolígrafo en el bolsillo interno de la chaqueta. Al llegar a la puerta de la comisaría de policía entró una chica histérica, vestida con un chándal y unas zapatillas de andar por casa, tenía el pelo alborotado y un delantal. En su mano derecha portaba una bolsa grande de plástico. Se acercó al policía y le dijo mirándole a los ojos con voz cansada: “Señor, estoy asustada, creo saber quien mató Manuel García”. El policía se sorprendió, e invitó a la chica a que se sentara en una silla de su despacho. “Dígame, señorita, ¿Quién cree usted que es el asesino de Manuel? ¿Y Por qué lo cree?” Dijo el policía sentado en su sillón mientras su compañero tomaba nota sentado en una silla al lado de la suya. La chica estaba nerviosa, asustada, angustiada por todo, parecía que le costaba hablar, pero finalmente dijo: “Creo que el asesino es” La chica tragó saliva y miró al suelo “Jesús, creo que es él”. El policía se sorprendió aún más y dijo: “Pero Jesús es el hermano de Manuel ¿no?”. “Sí, sí, lo es” respondió rápidamente la chica. “Pero ¿Por qué cree usted que es que es él el asesino? Preguntó el policía. “Verá usted, la madre de Manuel y Jesús, María está hospitalizada debido a la fuerte impresión de saber que su hijo había sido asesinado. Desde entonces me ocupo de las tareas de la casa y esta mañana, al ir a poner la lavadora, busqué en el dormitorio de Jesús, encontré esta bolsa de plástico de la que asomaba una manga negra, saqué la prenda y la olí para saber si estaba sucia o no, lo estaba pero al darle la vuelta vi que estaba toda llena de sangre” Contó la chica. El policía insistió: “¿Ha traído la prenda?”. “Sí, sí, claro, aquí está” la chica colocó la bolsa que llevaba encima de la mesa. El policía se colocó unos guantes y la abrió, efectivamente, ahí había un abrigo negro manchado de sangre y un gorro. Volvió a meter las prendas en la bolsa y se las dio a su compañero diciendo: “Que las analicen, quiero saber si esa sangre es de Manuel” El policía hizo una parada para pensar y dijo: “Pero… si la sangre coincidiera no tendría por qué ser el asesino, al fin y al cabo son hermanos y puede ser también la sangre de Jesús”. “No” apresuró a decir la chica “Manuel y Jesús son hermanos, pero sólo de madre, Manuel tiene un grupo sanguíneo diferente del de Jesús”. “¿Cómo es que usted sabe tanto sobre ellos?” Preguntó el policía sospechando. La chica bajó la cabeza y dijo: “Soy Ana, la novia de Jesús, comprenderá que para mí no es fácil acusar a mi novio de esto, lo estoy pasando fatal” Ana rompió a llorar y el policía se levantó de su sillón, anduvo hasta ella y le puso la mano en la espalda diciéndole: “No se preocupe, ha hecho lo correcto”. Después se dirigió a su compañero y le dijo: “Lleva esto al laboratorio y diles que cuando tengan los resultados me llamen inmediatamente”. Se dio la vuelta y le dijo a Ana: “Señorita, márchese a su casa, nosotros nos encargamos de todo”. “No puedo, tengo miedo” dijo Ana mientras aún lloraba “si Jesús descubre que esa bolsa no está en su casa irá a buscarme y cuando sepa que sé que él mató a su hermano me matará a mí”. “Tranquila, un compañero estará con usted” dijo el policía. Dicho esto, salió del despacho dejando dentro a Ana, sentada en la misma silla llorando y limpiándose las lágrimas con el delantal que llevaba.

Eran las tres de la madrugada, todo estaba en silencio. Una camisa blanca envejecía sobre una silla de madera al borde de la cama. El silencio reinaba en aquella habitación hasta que de pronto un teléfono sonó. El policía, con un pantalón azul de pijama, se levantó corriendo y fue desde su habitación hasta el salón principal de su casa para coger el teléfono. Lo descolgó y se escuchó: “Comisario García, aquí tenemos los resultados de las pruebas de ADN que usted nos mandó hacer”. El comisario se sentó en el sofá y dijo frotándose los ojos para despertarse: “¿Y cuales son los resultados?”. “El ADN de la sangre del abrigo coincide con el de Manuel, pero el sudor del gorro no coincide con él”. El policía quedó pensativo y dijo: “Vale, muchas gracias, adiós” y colgó el teléfono. Quedó un rato pensativo hasta que descolgó el teléfono. “Dígame” se escuchó al otro lado del hilo telefónico con una voz llena de sueño que tardó en contestar a la llamada. El policía dijo: “Jorge, vístete, estoy allí en media hora”. “¿Quién eres?” preguntó Jorge. El policía respondió enfadado: “¿Quién voy a ser?, soy yo Javier García, el comisario Javier García”. Jorge se levantó de la cama y dijo: “Perdone señor, no le había reconocido la voz… ¿Para qué viene a buscarme”. El policía dijo: “Para jugar una partida al dominó, no te jode, ¿para que va a ser?” gritó Javier “Vamos a por Jesús García, así que no hay nada que hablar, vístase y despéjese que en media hora estoy allí”. Javier colgó y se fue al cuarto de baño para tomar una ducha antes de salir a por Jesús.
Jorge colgó el teléfono y dijo: “Menudo carácter tiene el cabrón, si no fuera porque me paga bien le iban a dar por culo”. Se destapó y se sentó en la cama encendiendo la lamparilla. Vestía sólo unos calzones hasta medio muslo ajustados. Finalmente se levantó, entró en el cuarto de bañó, se echó agua en la cara y mirándose al espejo dijo: “Vamos a por Jesús”

Las Cuatro Rosas 4

Capítulo 4

“Seré breve, sé que usted es el culpable, pero tengo que preguntarle, es mi trabajo, ¿Usted mató a Manuel?” Preguntó el policía sentado justo en frente de David en una sala en la que la decoración brillaba por su ausencia. Sólo una mesa de madera y dos sillas viejas servían de mobiliario para la sala del interrogatorio. David agachó la cabeza mirándose sus manos entrelazadas y dijo en voz baja: “Sí pero no”. El policía se irritó y le preguntó gritándole con insistencia: “¿Cómo que sí pero no?, no entiendo, vamos a ver ¿lo mató o no lo mató?”. David respondió: “No lo maté, aunque mucho tiempo he estado acostándome con la idea de matarlo, deseaba su muerte. Pero no lo hice, yo no fui, se que Don Juan me ha acusado, pero yo no fui, yo estuve hablando con Sara, la novia de Manuel, cuando se produjo el crimen”. El policía volvió a preguntar: “¿Por qué quería usted matarlo? “Porque estoy enamorado de su novia, y me mataba la idea de que él fuera quien la besara, de que él la abrazara, de que a él le dijera te quiero. ¿No le parecen a usted razones para querer hacerlo?” Respondió David. “Mire tenemos que dejarle aquí, está acusado de asesinato, iremos a interrogar a más personas, pero hasta entonces, usted estará en prisión” sentenció el policía colocándose la chaqueta y saliendo de la sala. Antes de salir, David lo miró a los ojos y le dijo: “Soy inocente, está usted cometiendo un error”. El policía le contestó con otra mirada diciendo: “Ya veremos”. Cerró la puerta y un par de policías se llevaron a David de la sala.

Sara estaba sola en casa, sus padres habían salido a hacer la compra semanal. Todo estaba en silencio cuando de pronto llamaron a la puerta. Sara abrió y se encontró al policía. “Hola, ¿le puedo hacer unas preguntas?” dijo el policía. Sara contestó invitándolo a pasar con un gesto con la mano: “Sí, pase y pregunte”. Se sentaron en la sala, Sara en un sofá de estampados de flores de colores y el policía en un sillón rojo antiguo. El policía preguntó a la joven mientras apuntaba en su libreta la futura respuesta: “David nos ha dicho que estuvo hablando con usted a la hora del crimen, si lo corrobora saldrá en libertad”. Sara respondió: “No sé si ha sido David, sólo sé que a la hora del asesinato él se ausentó durante unos minutos y volvió, luego llegó la policía. Lo que hizo en el tiempo en el que estuvo ausente no lo sé, pero quiero creer que no fue quien lo mató”. “O sea, que crees que lo mató” Dijo el policía. “No lo sé, sólo se que David está enamorado de mí y que le producía dolor ver a Manuel, quizás los celos y el dolor lo llevaran a matarlo, pero…” Sara paró un momento y rompió a llorar “No sé, quiero creer que de tanto que dice que me quiere, respetara a quien me hace feliz, pero no estoy segura. Conozco a David de hace poco, no sé si es o no violento, no sé nada sobre él.”. “No se preocupe Sara, seguiremos investigando para saber quien es el asesino, cualquier noticia se la comunicaremos” respondió el policía. Sara se secó las lágrimas con la manga de la camisa. El policía se levantó y se marchó, Sara rompió a llorar de nuevo mientras abrazaba un cojín del sofá.

“Perdone que le moleste pero tenemos una conversación pendiente, ¿No cree?” dijo el policía nada más entrar en el número 2 de la plaza de las rosas. Esta vez no iba sólo, lo acompañaba otro compañero que en este caso tomaba notas mientras él preguntaba. “Creo que le di toda la información que necesitaba” dijo Don Juan. “Pues ya ve que no” respondió el policía “Cuénteme todo lo que pasó aquella noche”. Don Juan contestó mientras se daba la vuelta mirando hacia la ventana: “Anoche, como todas las noches me asomé a la ventana para concentrarme en mis pensamientos y no en la mierda de programación de prime time de la televisión. Ví salir a Manuel y a su novia de casa del número 1, se montaron en un coche y se fueron. Al poco rato volvió Manuel, salió del coche y David salió de entre las sombras y le asestó tres puñaladas, llamé a la policía y mientras llegaba contemplé el cadáver.”. “ ¿Y está usted seguro que de el asesino es David?”, preguntó el policía. “Claro que sí” respondió enfadado Don Juan “Iba con un abrigo negro largo y un gorro, cuando llegó la policía salió para aparentar que se enteraba de lo que pasaba con la misma ropa”. “Pero si hubiera salido con la misma ropa estaría cubierto de sangre y la gente hubiera sospechado” dijo el policía. “Ahí lleva usted razón, cuando salió no había sangre en la ropa, la ropa estaba limpia, me estuve fijando bien para ver qué hacía” Don Juan se llevó las manos a la cabeza confundido “Pero le vi la cara claramente, estoy seguro de que era David… ¿cómo hizo para no estar lleno de sangre?... Quizás tiene dos abrigos iguales, no sé, pero era David, seguro que sí”. “De acuerdo señor, muchas gracias, con su testimonio no hace más que complicar las cosas, todo parecía indicar que el caso estaba totalmente cerrado, pero la ropa es una prueba que lo exculpa” dijo el policía dirigiéndose a la puerta. “Vaya a su casa y pregunte a su madre si David tenía dos abrigos iguales, puede ser que todo fuera planeado” Gritó Don Juan desde su silla. El policía respondió: “Está bien, hablaremos con su madre mañana, pase usted una buena noche”. El policía cerró la puerta y se fue. Al salir, su compañero le preguntó: “Señor, ¿Quién cree usted que fue?” “Todo apunta al muchacho, pero este hombre parece muy seguro, incluso aún sabiendo que se equivoca” sentenció el policía colocándose bien el abrigo.

sábado, 24 de mayo de 2008

Las Cuatro Rosas 3

Capítulo 3

“Buenas tardes, le acompaño en el sentimiento” dijo David a María al entrar en la sala del tanatorio donde estaba siendo velado el cuerpo sin vida de Manuel. Sara estaba allí, sentada al lado del ataúd, estaba vestida negro impoluto y llevaba unas gafas de sol para ocultar sus ojos, hinchados de tanto llorar. Estaba con los hombros encogidos y la cabeza baja, inmóvil, sin hacer ni el más mínimo gesto. David se le acercó y le dijo: “Sara, estoy contigo, siento mucho lo que ha pasado, pero no te apures, la policía ya está investigando el crimen”. Sara levantó la cabeza y le dijo a David: “Y ¿De qué me sirve a mí que la policía investigue? Nadie me devolverá a Manuel, nadie, porque el asesino está vivo, pero Manuel no, Manuel no.”. “Sara, para todo lo que necesites estoy aquí, somos amigos” dijo David intentando contener las lágrimas. “Gracias David, de corazón gracias y perdóname si no te contesto como debiera, es sólo que ni yo misma sé qué va a ser de mi vida”, dos lágrimas le asomaron por debajo de las gafas. David abrazó y dio un beso en la frente a Sara. Se sentó en una silla que estaba delante justamente del ataúd. Al poco tiempo salió de la sala camino de los servicios. Al entrar David en los servicios entró en la sala Don Juan, que había salido de su encierro voluntario para ir al velatorio de la persona cuyo asesinato había presenciado. Se acercó con su silla de ruedas hasta María, José y Sara y les dio el pésame. Acomodó su silla en un rincón y se quedó allí, mirando el féretro con la mirada fija, recordando lo desgraciadamente visto mientras un suspiro se le escapó.
David salió del servicio y fue al bar a tomar algo. Don Juan intentaba recordar quien era el asesino, le había visto perfectamente la cara, le era familiar pero su mente aún no sabía con claridad quien era, no sabía ponerle aún nombre y apellido al asesino.

La puerta se abrió y entró un hombre vestido con un traje de chaqueta negro, una camisa negra y una corbata negra, era el llamado “hombre negro”, era el policía encargado de llevar la investigación adelante. Se dirigió en primer lugar a los familiares y amigos de Manuel y les dio el pésame. Una vez cumplido el protocolo, se dirigió a Don Juan y le dijo en tono serio: “Me han informado de que es usted quien avisó a la policía y quien presenció el asesinato”. “Sí soy yo” - respondió Don Juan - “Estaba como cada noche mirando por la ventana, vi que Manuel fue a llevar a su novia a casa y que llegó, de pronto un hombre salió de las sombras del número tres y le dio varias puñaladas, aunque sólo vi la primera porque inmediatamente llame a la policía”. “Ajá” - el policía asintió con la cabeza y apuntó en una pequeña libreta con un bolígrafo – “¿Puede usted identificar al asesino?”. “No, no puedo, su cara me es familiar pero no consigo caer en quien es, y créame, llevo toda la noche intentando averiguarlo”
Ana entró en la sala y se fue directa a hablar con Sara: “Hola Sara, te acompaño en el sentimiento, ¿Cómo estás?”. Sara le respondió levantando la cabeza “Dentro de lo que cabe, yo estoy bien, pero Manuel está muerto”. “Tranquila Sara, ya verás como encuentran al asesino”.
“¿Seguro que no recuerda quien es?” insistía el policía a Don Juan. “Pues claro que estoy seguro, quiero que ese hijo de puta esté en la cárcel por lo que ha hecho, si supiera quien es se lo habría dicho ¿No cree?” respondió Don Juan.
David salió del bar, Ana lo vio y se fue en busca suya. “Hola David, ¿Qué haces aquí?” preguntó Ana. “Pues ya ves, en el velatorio de Manuel, aunque más bien estoy para acompañar a Sara, ya sabes, ¿y tú?” dijo David. “David, soy la novia del hermano de Manuel, que menos que acompañarlo en estos duros momentos” dijo Ana, a lo que David respondió: “Ah. si, si, disculpa, a veces olvido que eres su novia, como se os ve poco juntos”.
“Haga un esfuerzo por recordar señor, usted tiene en su mano la llave del caso” volvía a insistir el policía.
“Bueno, parece que llega Jesús, voy con él, que tiene que estar pasándolo fatal” dijo Ana. “Sí, es lo que tienes que hacer, ya hablaremos en otro momento” le dijo David. Ana se fue hacia Jesús que acababa de llegar vestido con una chupa de cuero negro y unos pantalones vaqueros rotos.
Don Juan miró al fondo de la habitación con los ojos desorbitados y la boca abierta como si hubiera visto un fantasma, estaba tan asustado que no podía casi ni articular palabra. El policía al verlo así le preguntó: “¿Qué le pasa? ¿Se encuentra bien?”. “Sí, sí, estoy bien” respondió en voz baja Don Juan “¿Usted quería saber quien es el asesino? Ahí lo tiene” Señaló a David entre los presentes. “¿Está usted seguro?” le preguntó el policía. Don Juan respondió: “Por supuesto que lo estoy, venga, corra a arrestarlo, ese es el asesino, aún recuerdo su cara perfectamente como miraba a los lados”. El policía se levantó, se acercó a David, le puso las esposas y le dijo: “Queda usted arrestado por el asesinato de Manuel García”. “¿Qué, qué? debe haber un error, yo soy inocente” gritó David. “El único testigo del crimen lo ha delatado, no hay duda”. “Pero no puede ser, yo estaba viendo un videoclip, no soy yo quien lo maté, no soy yo, soy inocente” seguía gritando. El policía se llevó a David mientras éste gritaba que era inocente.
Mientras era llevado fuera de la sala, David vio como Sara se levantaba, se quitaba las gafas y lo miraba, con una mirada tan penetrante como hiriente. Entonces supo que él era el culpable.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Las Cuatro Rosas 2


Capítulo 2


David estaba sentado con los codos apoyados sobre el escritorio pendiente de la ventana, sin quitar ojo de la escena que tenía lugar en la plaza. Manuel y Sara salían del número 1 cogidos de la mano entre besos y abrazos dirigiéndose al coche de Manuel que estaba aparcado justo delante de la plaza, plaza perfectamente visible desde la ventana de David. En un abrazo, David vio como Sara subía la vista hacia su ventana, lo veía, sonreía y besaba a Manuel. David creyó que se quedaba ciego, pues por un instante no vio más que las lágrimas que brotaron de sus ojos, apretó los puños de la rabia, ardía en deseos de eliminar a ese que besaba a su amada, quería que ella fuera para él, no para su vecino. Cerró la ventana y se sentó a mirar la televisión. Al poco tiempo, Sara ya había llegado a su casa y se había conectado para hablar a través del Messenger. Nada más ver la ventana de aviso, David se apresuró a saludar como normalmente lo hacía: “Allô, guapa” a lo que Sara siempre contestaba: “Hello, you”. Y así nada más empezar a hablar, David dijo: “Espérame un momento, ahora hablamos, que voy a hacer una cosilla, no tardo”. Dicho esto, se puso el estado de “Volveré enseguida” y salió de la habitación mientras al otro lado de la pantalla, Sara esperaba que regresara.


La noche estaba tranquila en el exterior, no había un soplo de aire, pero sí un soplo de vida, el inquilino del número 2, Don Juan, postrado en una silla de ruedas y negado a salir a la calle. Estaba allí sentado en su balcón mirando la plaza como casi todas las noches. De pronto un coche llegó, era Manuel. Aparcó en la misma plaza en la que se encontraba antes su coche, ya que debido a la hora ningún otro vehículo había ocupado ese lugar. Se bajó del coche seguido por un coro de grillos que rompían el silencio de aquella noche y por la mirada de Don Juan. De entre las sombras de la casa número tres salió un hombre con un abrigo largo negro y un gorro que se dirigía hacia Manuel. Llegó enfrente suya y sin mediar palabra sacó un cuchillo y lo apuñaló tres veces, una en el abdomen, una en el corazón y la otra en el cuello. El cuchillo entraba por el cuerpo del individuo de igual manera que las gaviotas entran en el mar para captar a su presa salpicando rojas gotas de agua vital que hacían un mar de muerte en el suelo de la plaza. Cada vez que hundía el cuchillo en el cuerpo de Manuel, miraba a los lados para que nadie lo viera y lo apuñalaba una vez más. Creía que nadie lo había visto, porque Don Juan, al ver la primera puñalada había ido hasta el teléfono para llamar a la policía. Una vez apuñalado Manuel, el asesino se ocultó de nuevo corriendo en las sombras dejando a Manuel tendido en el suelo en un charco de sangre que se esparcía por la plaza y por su ropa. Estaba muerto. La puñalada del abdomen había traspasado el estómago, la del cuello había salido por la parte posterior del mismo y la del pecho había atravesado el corazón. Tenía los ojos abiertos, mirando sin mirar a un punto fijo. La boca estaba entreabierta y de ella fluía un riachuelo de sangre que iba a parar al mar sangriento del suelo. Allí, sólo con el eco de los pasos de su asesino y de los gritos, que hicieron enmudecer a los grillos cantores, que aún resonaban por las esquinas, aunque en el sitio que más resonaban era en la cabeza de Don Juan que no podía creer lo que había visto.


“He vuelto” dijo David en el Messenger a Sara, “Perdóname si he tardado un poco, yo creí que iba a ser todo más ligero”. “No te preocupes” respondió Sara. De pronto, David, vio como las luces del número 1 y 2 se encendían y sus inquilinos se asomaban a las ventanas. Escuchó como llegaban coches de policía y ambulancias. “Algo ha pasado aquí, ha llegado la policía y la ambulancia, aparte, la gente está asomada a la ventana” dijo David. “No sé, ve a informarte de qué ha pasado, corre y me cuentas” respondió Sara. David cogió su abrigo largo negro y su gorro para resguardarse del frío, su teléfono móvil que hacía las veces de reloj, las llaves y salió a la plaza. Nada más salir vio como María, la madre de Manuel corría desesperadamente envuelta en una bata de flores, seguida por su marido José. Mientras corría gritaba: “¡Mi niño, mi niño!”. Al avanzar un poco, miró hacia el suelo y cayó desmayada sin llegar a caer, ya que su marido, con los ojos desencajados la sujetaba de la cintura. David siguió andando y vio como en el suelo estaba Manuel, muerto, rodeado de sangre, con tres puñaladas de las que emanaba sangre y más sangre. David no podía creer lo que veía, sus ojos se abrieron más de lo que él pensaba que podían hacerlo y su garganta se negó a darle algún sonido. No podía pensar en nada que no fuera Sara, ella estaba enamorada de Manuel y le iba a tocar a él darle la triste noticia. Poco después, habiéndolo desalojado la policía, llamó a Sara. Sara lo cogió y digo: “David, ¿Qué pasa? ¿Por qué no vuelves? ¿Qué ha pasado ahí?”. David no sabía que decir, no sabía como decirle a su amiga que su novio había sido asesinado. “Sara, escucha, no he podido volver porque en la plaza ha habido un asesinato” dijo David con un hilo de voz. Sara respondió impaciente y con voz de extrañeza: “¿Un asesinato? ¿Quién ha muerto?”. “Ha muerto….” dijo David tragando saliva para coger valor “Manuel, ha muerto Manuel”. Al otro lado del teléfono sólo se escuchaba el silencio y una respiración entrecortada, propia de un dolor tan grande que impedía al llanto hacer acto de presencia, un hilo de voz entrecortada se oyó al otro lado del aparato: “Manuel”. “Sí, Manuel, de verdad Sara lo siento mucho” respondió David. “Manuel, Manuel” Sara se repetía una y otra vez el nombre en signo inequívoco de que estaba aún intentando hacerse a la idea de que Manuel había sido asesinado. “De verdad, Sara, sé como te sientes” dijo David para consolarla. Sara rompió a llorar y gritó: “Tú no sabes nada, miles de ilusiones, años de amor, proyectos que teníamos en mente, todo se ha ido a la mierda, todo, todo… Nunca podré amar tanto a nadie como amo a Manuel, y sé que ese amor perdurará siempre, he tenido la suerte de ser correspondida y ¿para qué? para nada, para hacerme vanas ilusiones que ahora me pesan como una losa, porque ya no existe nada, ya no hay futuro, todo, todo lo que quiero está muerto, no tengo a nadie con quien hacer mis sueños realidad. Tú no sabes lo que es perder a la persona amada, no sabes lo que es renunciar a un amor, no lo sabes”. Sara colgó y David le respondió con la mirada perdida y dos lágrimas que le recorrían las mejillas: “Sí que sé lo que es perder un amor y renunciar a él, es lo que siento cuando te veo”.
David se fue a su casa a intentar dormir un poco, pero todos los esfuerzos fueron en vano. No podía dejar de pensar en que Manuel había muerto. Esa noticia le entristecía, pero a la vez le daba esperanza de que ahora que Manuel no estaba, Sara podría enamorarse de él. Estaba aterrado, había un asesino en su barrio, habían matado a su vecino, pero lo que más le aterraba era la idea de que en cierto modo estaba alegre por la muerte de Manuel.