Este es un blog donde encontraréis cositas varias que ni yo mismo sé que voy a poner, sólo espero que disfrutéis tanto leyéndolo como yo escribiéndolo

domingo, 30 de agosto de 2009

Habemus Papam VI


18 de noviembre del año del Señor. Puerta de la Sede Central del P.C.U. Llega un coche negro lujoso hasta la puerta. Toda la directiva está en la puerta de la sede. Sale del coche su Santidad el Papa Gregorio XVII acompañado de algunos miembros de la guardia suiza. Multitud de periodistas, que estaban en el Vaticano a merced de los decretos del Papa, esperaban en la Puerta e hicieron miles de fotos y lanzaron miles de preguntas que el Papa no se aventuró nunca a responder. Otro frente a la puerta era el de una multitud de fieles de dos tipos: Los que no seguían las ideas del nuevo pontífice y los que no, que igualmente gritaban a la salida del mismo del coche.
El Papa salió del coche, procedió a saludar a los miembros de la junta directiva del Partido y juntos procedieron al interior de la sede.

Al llegar al interior de la sala de reuniones, los dirigentes del partido político entraron antes que el sumo pontífice. Al hacer éste acto de presencia en la sala de reuniones. Una legión de militares y miembros de su santo cuerpo de seguridad lo rodearon. Miles de fusiles lo apuntaban. Por donde quiera que mirara no veía más que cañones que amenazaban su vida. El Papa, preso del terror, dicho con voz temblorosa:

– ¿Ésto qué es? ¿Qué pasa?
– ¿Qué pasa? – repitió con tono irónico Flavio Di Iuorio. Mientras sostenía en sus manos los decretos del Santo Padre. Miró uno a uno y dijo – Pues… decreto sobre los medios anticonceptivos, decreto sobre la homosexualidad, decreto sobre los sacerdotes, decreto sobre el aborto y decreto sobre el celibato. Ésto pasa.
– Hace más de veinte años que se fundó este partido y se hizo para que los ideales que defendía la Iglesia Católica tuvieran repercusión en la sociedad política, – dijo Capalozza – pero usted con sus nuevas ideas puede poner en peligro el trabajo de gente como yo, que hemos conseguido levantar desde los cimientos uno de los partidos más importantes a nivel europeo.
– Yo solamente creo que la Iglesia Católica debe salir de un parón en el que lleva metida muchos años. – Se defendió Emmanuel Jáuregui – Cada vez tenemos menos fieles, menos sacerdotes. Quizás con esta idea pudiéramos conseguir mayor número de fieles.
– No sé si sabe usted lo cerca que está de la muerte. – Amenazó Di Iuorio – No le conviene llevarnos la contraria. Lo sabía cuando aceptó el puesto.
– No creí que fuerais tan poderosos – Dijo asustado y en voz baja el Papa.
– Nuestro poder va más allá del poder de Dios. – Sentenció con carácter firme y soberbio el presidente honorario, don Ulstano Capalozza – Dios no existe, es sólo una excusa para ganar dinero, para captar gente inestable de ánimo para enriquecernos. Ha sido así desde el principio de los tiempos. Usted no vendrá a cambiarlo.
– Estoy harto de verle la cara a un gilipollas que cree ser un enviado de Dios. – Grito enfadado Di Iuorio – Dios sólo mandó a un enviado y por treinta monedas lo mataron y lo traicionaron. Su secretario y nuestro jefe de seguridad también nos lo han vendido a nosotros por treinta, treinta billetes de quinientos euros cada uno, un precio demasiado bajo para su vida. Usted tiene en su mano su vida. Le ofrecemos un trato. Si quiere vivir, dé marcha atrás con los decretos y acepte las ideologías tradicionales. De lo contrario, morirá con sus ideologías.
– No cambiaré mi manera de pensar, ni la forma que creo que tiene que tomar la Iglesia. Dios no sois vosotros, no me podéis decir qué tengo que hacer, ni en qué tengo que creer.
– Usted ha hablado. Señores – dijo Di Iuorio dirigiéndose a todos aquellos que apuntaban al Papa con sus fusiles – no quiero disparos ni en cabeza ni en brazos, sólo el tronco, la cabeza y los brazos se ven en el funeral. – Se giró y miró fijamente al Papa a los ojos y le dijo con la sangre fría – Di tus últimas palabras.
– Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad…
– Disparen – Gritó Di Iuorio.

El tronar de cuarenta fusiles sonó en aquella sala, pero en ella quedó apresado pues la insonorización apresaba en su cárcel de muerte a aquellas balas que atravesaban en cuerpo de Emmanuel Jáuregui. El cuerpo cayó desplomado, dejando ríos de sangre fluir por multitud de túneles que las balas habían abierto en su cuerpo. Yacía en una alfombra de terciopelo roja, esa que su propio cuerpo había hilvanado con cada rugido de la fiera con gatillo que había acabado con el último suspiro de un hombre cuya última misión fue hilvanar su propia alfombra de sangre.

Con el cuerpo tendido en el suelo de aquella sala, los miembros de la junta directiva se miraron y esbozaron sonrisas tan crueles y malévolas como sus propios planes, que acababan de llevarse a cabo.

– Bien, y ahora, ¿Cómo saldrá de aquí? – preguntó Sismondi.
– Lo tenemos todo planeado. Traerán el coche a nuestras dependencias, meteremos el cuerpo en el maletero y en el asiento estará un doble que hemos encontrado del Papa. Nadie sospechará nada, porque saldrá a gran velocidad hasta el Vaticano. Una vez allí, haremos pública la muerte del Papa a causa de un cáncer de páncreas que lo azotaba desde hacía años, pero que, por motivos personales, nunca declaró que tenía. Todo está planeado.
– Perfecto. – Dijo con una sonrisa de felicidad Sismondi – Pues entonces elijamos traje para el funeral.

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