Este es un blog donde encontraréis cositas varias que ni yo mismo sé que voy a poner, sólo espero que disfrutéis tanto leyéndolo como yo escribiéndolo

viernes, 28 de agosto de 2009

Habemus Papam IV


Era el 16 de noviembre y Emmanuel Jáuregui se sentó y escribió el segundo decreto de su real papado:

Decreto número 2
La homosexualidad

Yo, el Papa Gregorio XVII, declaro que, dentro de veintinueve días, los homosexuales serán considerados hijos de Dios y como tal tienen derecho a ejercer el Santo Sacramento del Matrimonio. La homosexualidad no es un enemigo a vencer. Los homosexuales no son enfermos, son personas que, simplemente, tienen una orientación sexual distinta de la tradicionalmente impuesta. A partir de veintinueve días podrán casarse, aunque no podrán adoptar niños ante la imposibilidad de la concepción entre miembros de un mismo sexo. Todos somos iguales a los ojos de Dios.

16 de noviembre del año del Señor
Gregorio XVII




Sede del P.C.U. Reunión de urgencia que era ya casi una costumbre costumbre. El enfado se apoderaba de todos ellos con la rapidez con la que el Papa lanzaba sus decretos:

– No puedo tolerarlo – gritó Mauricio Sismondi – esto ya está pasando de castaño oscuro.
– Calma, compañeros – sugirió Ulstano Capalozza – sólo debemos buscar una forma de acabar con él.
– Tiene razón el señor Capalozza – dijo el presidente – hay que acabar con él. No debemos dejarlo más tiempo. Pero hay que hacerlo bien, no debemos levantar sospechas. La sociedad se hace eco y nuestro partido pierde seguidores porque prefieren seguir aun Papa, a uno que se supone elegido por Dios, que a nosotros.
– Sugiero una muerte tranquila, mientras duerme, una cosa que parezca muerte natural – aportó Sismondi con maldad en los ojos – Salió bien una vez, no tiene porque pasar lo contrario esta.
– No, tiene que ser algo nuevo – propuso Di Iuorio – podrían cogernos. Tenemos que pensar. Hablaré con nuestro sistema de seguridad para ver qué nos proponen y cada uno que reflexione una manera de acabar con esta oleada de progreso. Mañana aquí a la misma hora.




Sede del P.C.U. Despacho del presidente Don Flavio Di Iuorio. Está sentado en un escritorio muy amplio y al otro lado de la mesa, en una modesta silla, que contrastaba con lo cuidado de su sillón, estaba sentado Sergio Donggilio, el jefe de seguridad del Partido católico ultraconservador:

– Señor Donggilio, – dijo Di Iuorio – le he llamado en nombre del consejo general de este partido al que ambos pertenecemos. Usted estará al corriente de los decretos que su Santidad Gregorio XVII está promulgando.
– Así es, – aseguró Donggilio – algo así no pasa desapercibido para nadie, sea o no católico.
– Y como afiliado a nuestro partido sabe perfectamente los ideales que defendemos, ¿no es así?
– Así es.
– Pues verá, Señor Donggilio, somos un partido político que tiene ya cierto territorio en su poder. Hasta ahora, aquel creyente de la Iglesia Católica seguía fielmente nuestros pasos, porque eran los pasos que seguía la Iglesia. Pero al cambiar ese rumbo, de manos de este querido Papa, podemos perder muchas tierras, por tanto, adeptos, por tanto dinero. Creo que tenemos que tomar el mando del timón y devolver el Barco Católico a nuestras aguas.
– ¿Me sugiere usted matar al Papa? – Preguntó interesado Donggilio – Hace sólo cuatro días que lo proclamaron como tal.
– Así es, pero en cuatro días ha hecho evolucionar a la Iglesia más que en toda su historia. Si seguimos así, nos hundirá.
– Entiendo… – dijo pensativo Donggilio – Dentro de poco tendrá lugar una visita a España. ¿Qué tal un accidente de avión?
– No, no nos conviene cuestionar la seguridad del Vaticano. – Durante un momento calló y pensó. Finalmente propuso – Aunque podremos hablar con los directivos de nuestro partido en España. Han obtenido grandes resultados electorales actualmente y tengo entendido que se van a reunir con el Santo Padre. Podemos hacer que le convenzan.
– No creo que puedan, dicen los que le conocen, que el Papita es muy terco. No dará su brazo a torcer tan fácilmente.
– Entonces ¿Alguna idea?
– Podríamos recurrir a los etarras. – Sugirió Donggilio.
– Tienes razón. – Dijo sonriente Di Iuorio – Desde hace un par de años nos deben un favor. Cuando su banda estaba a punto de caer y les dimos cobijo en nuestro país para que siguieran con su actividad desde aquí, a cambio de futuros favores. Llegó la hora de saldar las cuentas. ¿Qué tal un atentado?
– No es recomendable, señor. Los servicios de seguridad del Vaticano y de España tendrán todo calculado para proteger al Papa en todo momento, con lo cual un paso en falso y podrían coger a los etarras y no tendrían reparos en delatarnos.
– Es cierto, perderíamos más de lo que ganaríamos. – Pensó durante un momento y dijo – Bueno, dejo en su mano como aniquilar a su Santidad, pero que sea cuanto antes. Antes de que sea demasiado tarde.


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