«Fratelli e sorelle carissimi! ¡Queridísimos hermanos y hermanas! Biens chers frères et sœurs! Liebe Brüder und Schwestern! Dear brothers and sisters! Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus papam! Emminentissimum ac reverendissimum dominum, dominum Emmanuel, sanctæ romanæ Ecclesiæ cardinalem Jáuregui, qui sibi nomen imposuit Gregori decimi septimi»
Toda la plaza de San Pedro del Vaticano comenzó a aplaudir y gritar de júbilo ante un nuevo Papa, un nuevo jefe de la religión más poderosa del planeta, anunciado por el Cardenal. El anterior Papa, León XIV, había fallecido hacía un mes y durante esos treinta y un días, el mundo entero esperaba su sucesor, esa fumata blanca que traería un nuevo pastor al rebaño católico.
Se abrieron las cortinas y salió aquel nuevo hombre que abría un nuevo pontificado dentro de esta religión. Contra todo pronóstico, el Papa Gregorio XVII comenzó a hablar en su lengua materna:
«Queridos hermanos, hoy es un día grande, pues la Santa Iglesia Católica abre una nueva era con mi elección como Papa. Dios es amor, Dios es libertad, Dios es igualdad, y yo vengo a continuar con la predicación de la palabra de Dios. Alegraos porque su palabra está en mi boca, y mi boca en vuestros corazones cristianos»
Saludó a la multitud y entró en la Gran Basílica de San Pedro del Vaticano. Nada más entrar se dirigió a su secretario personal y le dijo:
– Acompáñeme a mi habitación, quisiera descansar, mañana comenzarán las emociones fuertes.
– Enseguida, su Santidad, desea algo más.
– No gracias, lo que necesite no tengo más que pedirlo.
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