Capítulo 8
Sonó el timbre de la puerta. Una voz avisadora se aproximaba con un ruido de ruedas de silla. Don Juan abrió la puerta y tras ella estaban Jorge y Javier, los policías. Don Juan quedó extrañado por la visita de los agentes y les dijo: “¿Otra vez están por aquí?, ¿No os dije todo lo que querían saber?”. “No, olvidó algo importante” respondió rápidamente Javier. Don Juan les invitó a pasar. Entraron a la sala y se sentaron cada uno en una silla de madera que estaban alrededor de una mesa redonda, Don Juan permanecía en la silla de ruedas. “Ustedes dirán” dijo Don Juan. Javier preguntó: “Usted aseguró que el asesino de Manuel era David, ¿no es así?”. “Sí, sí, estoy seguro” respondió Don Juan. “Pues si está usted tan seguro ¿Cómo es que su hermano ha confesado haber matado a su hermano?, ¿no sería más normal que usted lo hubiera visto a él que a David, ya que Jesús sí es el asesino?” dijo el policía. Don Juan quedó mirando hacia abajo sin decir ni una sola palabra. Finalmente el policía dijo: “Señor, usted no vio a David ¿verdad?”. “No” respondió Don Juan aún con la cabeza baja. “Y entonces, ¿Por qué dijo que era él quien lo había matado?” preguntó Javier. Don Juan tragó saliva y contó: “Hace dieciocho años iba yo con mi coche cuando por en medio de la calle se cruzó un niño de tan sólo dos años, para no atropellarlo, di un volantazo y mi coche fue a dar contra un árbol quedando siniestro total. Ese niño al ver aquello señalaba al coche y reía. Ese niño era David. El accidente fue tan grave que quedé gravemente herido, perdiendo la sensibilidad y la movilidad de cintura para abajo” Don Juan levantó la cabeza “¿y aún cree usted que no tengo motivos para querer acabar con él?”. Javier le respondió: “Sí, aún lo creo”. “¿Pero es que no ve lo que David me ha hecho? Ese accidente fue por su culpa, por su culpa me he llevado casi diecisiete años sin salir de casa, por su culpa me he perdido tener descendencia, por su culpa he sido un muerto en vida, sin más mundo que el de mi casa y el que veía a través de mi ventana.”. “Una historia conmovedora sí señor, pero como usted mismo ha dicho fue un accidente y si usted hubiera dado el volantazo para otro lado o hubiera ido atento a lo que tenía que ir no hubiera pasado” dijo Javier. “Márchense de mi casa por favor, déjenme solo, si tienen que detenerme o lo que sea ahora no, quiero estar solo aunque mañana vengan y me encierren, así cambiaría de mundo, total, llevo toda la vida sin vivir por culpa de David, que no vivir un poco más tampoco me va a matar, ahora largaos”. Javier y Jorge se levantaron y cuando llegaron a la puerta Javier se volvió y dijo: “David no tuvo la culpa, usted no ha vivido porque no ha querido, no culpe a alguien de que le ha quitado algo que usted se ha negado a sí mismo”. Se dio la vuelta hacia la puerta y Don Juan le dijo: “Deje la puerta encajada, la asistenta está al llegar”. Javier y Jorge salieron de la casa dejando la puerta abierta. Don Juan quitó el seguro de su silla y se dirigió hacia la ventana mirando la calle.
Sola con un agente de la policía detrás suya, despeinada, llorando y temblorosa estaba Sara en el despacho de Javier dispuesta para su interrogatorio. Llegaron Javier y Jorge y se sentaron cada uno en su lugar. Javier miró a Sara y le dijo: “¿Cómo estás?”. Sara, con la mirada perdida le dijo: “¿Cómo quieres que esté habiéndome acusado de algo que no he hecho?”. Javier se acomodó en la silla y dijo: “Sara, Jesús a confesado ser el autor del crimen, pero dice que lo hico porque tú se lo dijiste”. Sara se asombró y dijo: “¿Cómo? ¿Qué yo le dije que matara a Manuel?”. “Eso dijo. Dijo que él está enamorado de ti y que tú también de él y que con Manuel no podréis estar juntos, así que le pediste que lo matara” dijo el policía. “Pero es absurdo, como voy a querer yo a Jesús, yo amo a Manuel, Jesús es sólo mi cuñado, no es más, aunque ahora sí, ahora es el asesino”. “Sara, hasta un juicio tendrás que permanecer aquí en los calabozos, sobre ti pesa una acusación demasiado grave para dejarte en libertad” dijo Javier. “¿Cómo? ¿Qué me encierran? no pueden, soy inocente, yo no hice nada, yo estaba hablando por Messenger con David cuando pasó todo, no fui yo, todo es un invento de Jesús.” dijo gritando y llorando Sara. Javier dio órdenes para que se la llevaran a los calabozos.
Por el pasillo mientras se la llevaban, ella gritaba aún y lloraba repitiendo una y otra vez: “¡No es justo, yo no fui, soy inocente!”.
Jorge preguntó a Javier: “Jefe, se le ve muy afectada, ¿usted cree que Jesús se ha inventado todo?”. Javier respondió: “Yo ya no sé que creer, a mí este caso me está dando dolor de cabeza, anda, vámonos a tomarnos una tila para calmar los nervios, o mejor dicho, un camión de tila”. Ambos policías se dirigieron a la puerta y salieron del despacho.
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